Opinión

Turismo, ladrillos y coches

Quien diga lo contrario, miente. Aunque las terrazas se han llenado de algunas personas inconscientes a la caza de un café y un rato de charla, llevamos el temor metido en el cuerpo. Los índices de portadores de anticuerpos resultan ridículos y la amenaza de rebrotes de la pandemia es como un cheque sin fondo, no sabemos cuándo se hará efectivo. Este es el primer indicativo de la mal llamada "nueva normalidad" en este tiempo de la globalización. El segundo parámetro es la prisa de los poderes económicos por recuperar los mecanismos de producción y acumulación de plusvalías. Aunque las excusas con las que se hace visible es la protección de los puestos de trabajo y el coco de la ruina económica del Estado, son dos argumentos del neoliberalismo a cada paso con menos crédito social.

Quizás hayamos empezado a creernos que tras la pandemia —con el éxito de la confinación y con el obligado conformismo de los poderes fácticos— las promesas de una nueva visión de un mundo disfrutando de una normalidad diferente, regida por costumbres inéditas, marcarán el signo de los tiempos venideros. Excepto estar saliendo con relativa fortuna del cataclismo vírico, yo no veo ningún indicativo que me lleve a esos prados de la nueva felicidad. La economía monetaria, que manda en nosotros desde el siglo XIV, está al acecho. La banca, que sustenta los engranajes de los poderes económicos, ya está utilizando su embudo con la misma maquillada desfachatez de la crisis de 2008. Las grandes compañías aéreas ya han obtenido la bula necesaria para burlar las normas de seguridad contra la epidemia… Son algunos ejemplos. Y la recuperación real vuelve a confiarse, al menos en España, a los tres pilares tradicionales: la construcción, el turismo y la fabricación y venta de automóviles. Más ladrillo especulativo, la incertidumbre de los visitantes y el olvido de la lucha contra la contaminación ambiental. Tres sustentos del movimiento económico general a los cuales se había empezado a sumar la privatización de la salud, un goloso pastel que la pandemia ha puesto en tela de juicio, que deberá ser analizado, será obligatorio pedir responsabilidades políticas, por su demostrada incompetencia, y hacer justicia contra quienes han jugado con las vidas ajenas en función de sus cuentas de resultado empresariales.

El arte de la magia vírica parece haber descubierto la economía del teletrabajo sin detenerse a analizar los factores destructivos del mismo: ambientales, de inutilización de centros laborales, de incomunicación social, de individualización (desprotección) laboral… Ahí están fijando el espejo de la nueva realidad, que en nada beneficiará el progreso social aunque puede que sí descargue algunos gastos fijos a las empresas. En la misma línea telemática, el enclaustramiento se vende como base de nuevas formas de entender el entretenimiento familiar frente a las pantallas de toda índole, a la compraventa a distancia, al aprendizaje sin relaciones sociales…

El cuadro es lamentable. Además, como es habitual, para nada se habla ni proyecta para tres vectores de progreso, creadores de puestos de trabajo y de riqueza: la educación, la cultura y la investigación. Y por supuesto, los sectores primarios seguirán en el limbo de los sueños pastoriles de los grandes tecnócratas. De verdad, da miedo salir del confinamiento.

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