Opinión

Pablo y el lobo

Cuando las fábulas se conjugan en pasiva acabamos descubriendo la ficción de quienes viven absortos en la ensoñación que les emana del propio ombligo. Eso le está sucediendo a Pablo, conocedor de la parábola de Pedro y el lobo, que es incapaz de darle la vuelta para escapar de la feria de su vanidad política. La que, día sí y otro también, lo arrastra al fracaso creyéndose espectador del cuento con la esperanza de que el lobo se coma a Pedro, según su recurrente pensamiento. Pero no. Únicamente confunde el término deseo con realidad.

El Pedro de este cuento no avisa en falso de que viene el lobo. Lo ve en el horizonte camino de la casa de Pablo y sólo le hace alguna que otra llamada de atención. Los acontecimientos reales se viven en pasiva. Por eso, cuando Pablo cree triunfar en Andalucía, es a él a quién anuncian que viene el lobo pero no lo asume. En el País Vasco y Cataluña le dicen que el lobo ya ha superado una curva decisiva. Él permanece impasible. El lobo llega al Parlamento y le corta la luz. Pero Pablo entre penumbras lo mimetiza anunciando que será Pedro quien sufra la dentellada del animal.

Le sucede lo mismo en Murcia, tampoco acepta que el lobo le salte a la espalda mientras él levanta los dedos de la victoria. Enseguida su cancerbero se apresura a ponerlo en guardia tras los acontecimientos de Madrid. El lobo ya ha entrado en la propia finca y él opta por negarle el pan, el agua y ponerle espías, sin éxito. Con la llegada del año nuevo será en Castilla y León donde por fin le anuncien: «Don Pablo, el lobo ha llegado y está sentado a su mesa».

El Pedro de este cuento no avisa en falso de que viene el lobo. Lo ve en el horizonte camino de la casa de Pablo y sólo le hace alguna que otra llamada de atención

El siguiente capítulo de este cuento inverso no parece que vaya a tener una moraleja satisfactoria, una lección en la que Pablo resulte ser el leñador que libere a Caperucita Roja y a su abuelita de las entrañas del lobo, le llene la barriga de noticias falsas y la fiera sedienta se ahogue al beber en el río Lethes de la historia. No. Sobre la espalda de Pablo cada amanecer pesa más la sombra cazadora de aquel predecesor, Hernández Mancha, enterrador de Alianza Popular en 1987.

¿Volverá provisionalmente Aznar, como Fraga entonces, para cambiar las alfombras, los linajes y los escudos de la casa? En Valladolid pareció anunciarlo mientras el lobo se relamía los colmillos en la cueva de Vox y en el palacio de la Real Sede de Correos de la Puerta del Sol. Así es.

Sin embargo, pase lo que pase en los salones del PP de Casado, es evidente que las sucesivas torpezas estratégicas del Pablo de la fábula pasiva, sumadas a las corrientes del nuevo fascismo internacional, en menos tiempo que tarda un rayo en destruir una espadaña, la extrema derecha se ha implantado en la mayoría del territorio nacional.

Y nuevamente, como la historia nos enseña, sus argumentos discursivos están llegando a la ciudadanía menos avisada y más depauperada, como si realmente fueran ellos los destinatarios de los intereses totalitarios. Esto es, están sabiendo invertir los términos de las parábolas en beneficio de sus propósitos ideológicos y de poder.

Y, llegados a este capítulo de la serie, debo decir que no me gustan los spoilers, esos que anuncian los fontaneros del PP para la próxima temporada, porque no bastará con que Pablo y el lobo se caigan del cartel para salvaguardar el juego democrático del Estado. 

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