Opinión

Nevando en casa de Antonia

Antonia tenía la certeza de que dentro de su casa acabaría nevando. Venía de cerrar la puerta de noviembre arrancando la hoja del calendario y aún no había encendido la caldera del gas para la calefacción. Camina por las habitaciones sin prender la luz y desconoce las nuevas programaciones de la televisión. Únicamente el aparato de radio a pilas le hace compañía. En su plan de ahorro energético tampoco se ducha. Se emplea a fondo con el aseo de aguamanil, como cuando era pequeña en la aldea, luego de calentar un jarro de agua en una pequeña fogata donde también cocina. Pensó encender unos braseros a la antigua, pero no encontró carboneras dónde comprar cisco y la leña se está poniendo por las nubes. Solución, dos pares de calcetines sobre las medias de lana, pantalones de pana, camiseta de felpa, camisa de manga larga, jersey gordo y abrigo todo el día. Está segura de ser víctima de la pobreza energética pregonada por los medios de comunicación. Se resignó.

A pesar de su avanzada edad, a Antonia aún le quedan algo más de cinco años de la hipoteca que firmó con su difunto esposo. Desde su muerte todos los meses hace malabares para cubrir las necesidades más perentorias. Ahora los atracos del gas, la electricidad y la subida de los alimentos, sumados al aumento de la cuota del banco, la han dejado al borde de la mendicidad. Lectora empedernida, incluso, se ve privada de comprar un libro al mes desde que comenzó la tragedia de la guerra de Ucrania. Relee y está pensando vender de saldo la biblioteca acumulada con tanto amor. Pero la gente lee poco, piensa ella.

A Antonia le intriga la razón por la cual se ha generado la inflación. Para ella un concepto maldito que, le explicó Manolo amigo de la casa vecina, es consecuencia de existir más demanda que producción para vender. Por tanto suben los precios y para que la ciudadanía no consuma aumenta el valor del dinero, crecen los tipos de interés bancario y, más pronto que tarde, se endeudarán o arruinarán los hogares, las pequeñas empresas, los autónomos… pero del crack se habrán salvado los bancos y las multinacionales a las que apoyará la propia banca. Aunque su vecino domina los términos económicos, el sentido común de Antonia no consigue encajar que el Banco Central Europeo asfixie la economía general de familias y pequeños empresarios para luchar contra la inflación acercándonos a una recesión prolongada y profunda en toda la eurozona.

Así las cosas, ella argumenta la necesidad de aumentar los sueldos, las pensiones y los subsidios para buscar un equilibrio social justo. Pero Manolo le ha desvelado la idea expresa de Crhistine Lagarde de que eso no debe suceder so pena de condena a los gobiernos de la UE que rompan el juego de la política dictatorial monetaria, a quienes además recomienda que las previsiones fiscales de los Estados no choquen con los planteamientos del BCE. Sin embargo Manolo está convencido de que la guerra nada tiene que ver con la subida de hipotecas y otros préstamos. Para él son los oligopolios dominantes de los mercados los verdaderos malos de la película y, detrás de ellos, el fracaso del capitalismo financiero y el dominio de clase de los multimillonarios conservadores y neoliberales.

Quizás el vecino tenga razón. Mientras que dentro de la casa de Antonia comenzaba a nevar, como ella temía, en un lujoso restaurante de Fráncfort del Meno la cúpula conservadora del BCE —Chistine Legarde, Isabel Schnabel y Luis de Guindos—, iniciaba una opípara comida para celebrar sus acuerdos. Antonia miró por su ventana y sólo alcanzó a ver niebla, ni un copo de nieve.

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