Opinión

La mentira del poder

Se vaya a su casa o permanezca en la sede del gobierno británico lo espantoso nunca será que Boris Johnson haya estado de fiesta en los jardines de Downing Street, mientras el país soportaba la cuarentena. La consternación debiéramos tenerla asegurada desde el momento en que ese periodista, conocido como mentiroso en el ejercicio de su profesión, perteneciente al clan embaucador de los votantes para llevar al Reino Unido al retroceso histórico del brexit, capaz de poner en peligro a la ciudadanía frente a la pandemia y un largo etcétera, haya alcanzado la máxima responsabilidad política de su país y el partido conservador lo mantenga en el puesto.

Las gracias, mentiras y despropósitos de Boris Johnson no son simplemente las manifestaciones de un caricato en el teatro de cartón de la política tradicional. Es un elemento más de una forma de entender la administración pública. Durante siglos la historia de la humanidad ha estado llena de Boris mantenidos por las intrigas, los crímenes, los enredos de alcobas, los intereses económicos, las organizaciones religiosas y los engranajes de las tradiciones. ¿O no hemos visto subir a los tronos a impúberes adolescentes? ¿Acaso la historia no está repleta de incompetentes, ambiciosos, pervertidos… colocados en puestos de responsabilidad, capaces de hundir un país en beneficio propio o de su grupo? ¿No hemos estudiado las gloriosas historias de ejércitos muriendo por el capricho de monarcas con pelucas empolvadas?

Después de la Segunda Guerra Mundial decidimos que esas operetas ya solo pertenecerían a los archivos de los historiadores, a la reinvención de novelistas, al ingenio de los dramaturgos y a la inventiva de guionistas de películas y series de televisión. Creímos en la transparencia que habían de darnos los medios de comunicación, las literaturas escritas o audiovisuales, la velocidad de transmisión de los acontecimientos. Vana ilusión. La mentira del poder no solo sigue gobernando el curso de las cosas, sino también la confusión de la realidad.

Estamos rodeados de Boris, quienes además de perjudicarnos con su ejercicio de la potestad económica, condenan al fracaso los ideales de la cultura universal y del bienestar progresivo, están destruyendo las conciencias y las esperanzas de vivir en sociedades mejores e igualitarias. El escepticismo se extiende como una pandemia más voraz que cualquier virus entre la ciudadanía y va sembrando campos donde los extremismos, especialmente de derechas, vuelven a recoger cosechas un día sí y otro también.

La mentira del poder puede llevar a Silvio Berlusconi, condenado por fraude fiscal, a la presidencia de Italia. Ayer le faltaban treinta votos del Parlamento para conseguirlo y llamaba por teléfono a uno por uno a los compromisarios. La mentira del poder puede devolvernos a Donald Trump a la Casa Blanca. Sus partidarios están tejiendo una tupida red en los Estados para asegurar un pucherazo. Regresarán al siglo XIX, del mismo modo que Boris Johnson ha hundido a su país en la mitad del siglo XX. La mentira del poder acabará exonerando de culpas al príncipe Andrés de York, hijo de la suprema reina de Inglaterra, de haber mantenido relaciones sexuales con una adolescente, a quien compensó con medio millón de dólares para que mantuviera las palabras encarceladas… el círculo de los Boris del presente es una rueda de molino que nos tritura a poco que abramos los periódicos o escuchemos los medios de comunicación. La mentira del poder hoy entra en nuestras casas, lo queramos o no, y nos hace cómplices de ella.  

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