Opinión

Llueve

He salido a la calle a mojarme. He paseado por el parque mientras la lluvia tartamudeando –pasaba del chaparrón al silencio y vuelta a empezar– me empapaba lentamente. Es una forma de gozar del agua que, para mí, marca el verdadero final del verano. Y mientras llueve no puedo dejar de evocar la Balada de otoño de Joan Manuel Serrat aunque nada se parezca mi urbanidad a la letra del catalán, quien por estas calendas anda diciendo adiós a los escenarios. Mi paseo no va de poesía ni de romanticismo. La gozada de sentir llover me arranca otros pensamientos más prosaicos, más de estos días en los que los chubascos han conseguido apagar un incendio en no sé dónde. Esto es, el drama de la destrucción de la escasa vegetación necesaria para respirar tiene un remedio infalible, la mano de la Naturaleza.

Llueve y en los despachos de los responsables políticos de la buena salud de los bosques se ha debido sentir una calma y tranquilidad extraordinarias. Se acabó la temporada de incendios, ha dicho alguien en algún rincón antes se sentarse a leer el periódico del día o a cerrar el balance de cuanto monte hemos carbonizado, antes de comparar y buscar alguna buena cifra en relación con el pasado para vender la gestión realizada. Si llueve no habrá incendios pero seguiremos sumando ignorancia al no valorar que son los bosques quienes atraen la lluvia, que es en los océanos plastificados donde debe generarse la evaporación que creará la lluvia, que es la limpieza y el desbroce de los montes lo que evitará los incendios y no sólo la lluvia. Llueve y estamos salvados hasta la próxima primavera. Cerradas las estadísticas, pagadas las nóminas, fin de capítulo. Todos a casa.

Mientras me mojaba he evocado las tazas de chocolate caliente de mi abuela para después de un chaparrón. Y he recordado que hace unas jornadas, en el calendario laico de la modernidad, hemos celebrado el Día Internacional del Chocolate y he sabido que las plantaciones del árbol del cacao se están muriendo como consecuencia del calentamiento del planeta. En 2050 ya no habrá verdadero chocolate en las chocolaterías, dicen los expertos. Quizás un sucedáneo lo sustituya. A lo mejor, pienso, fue una mala idea hacer coincidir la celebración mundial con la fecha del nacimiento de Roald Dahl, el autor de la reaccionaria novela juvenil Charlie y la fábrica de chocolate. Existen acciones humanas que contradicen los designios telúricos naturales. Esta conmemoración es una de ellas. Pero ya nos hemos acostumbrado a convertir el disparate en gloria. Escuchen, si les parece, a Isabel Díaz Ayuso diciendo que el cambio climático es un invento de los "progres de izquierda".

Llueve y el alumnado de un centro escolar sale disparado hacia los autobuses. Huyen del agua. Un adolescente le arroja a otro una botella de plástico. Pierde el tampón y el líquido se desperdicia en el suelo. Tengo la certeza de que nadie les ha hablado del ciclo del agua. De la necesidad de dar buen uso al preciado líquido potable. Nadie les habrá enseñado que la cantidad de que disponemos en el planeta es constante. Bebemos la misma que bebieron los humanos de Cromañón y debemos legarla impoluta a nuestros tataranietos. Esto es, si los intereses en alza de las hipotecas, el consumo de todo tipo de energías, las guerras disparatadas, la desaforada producción de automóviles, la masificación del consumo turístico… dan tregua a la destrucción de nuestro hábitat. Ahora que llueve, mójense en su defensa.

Comentarios