Opinión

El proceso

El tren del Partido Popular ha descarrilado. Desde la caída de Rajoy los espectadores hemos visto circular al convoy con una velocidad inadecuada al cruzar las estaciones, saltándose los pasos a nivel sin barrera y arrastrado por una locomotora descentrada. No eran necesarios los augures para predecir un desenlace de este calibre teniendo en cuenta los avatares internos vividos por la derecha durante la última década. 

Si decidiéramos historiar el proceso, por el que el PP ha llegado a este desenlace, habríamos de remontarnos a una oscura noche, posterior a los atentados del 11 de marzo de 2004 en Madrid, cuando Mariano Rajoy, derrotado por José Luis Rodríguez Zapatero, acusó a Aznar de ser el responsable de su fracaso como consecuencia de la participación de España en la guerra de Irak y por el lamentable intento de falsificar la procedencia de las bombas de Atocha. Ahí se produjo la primera gran división interna del partido conservador. 

El siguiente episodio debe situarse en el XVI Congreso del PP, celebrado en Valencia en 2008. A él llegaron los dos equipos armados de cuchillos e intereses. Rajoy consiguió salvar sus muebles gracias a Camps y mandar al trastero a la oposición avalada por Aznar y liderada por Esperanza Aguirre, Ángel Acebes, María San Gil y otros personajes entre los que se encontraba Santiago Abascal. Siguiendo al castellano se agruparon quienes querían permanecer en el andén ultraconservador, mientras al vagón del gallego se subieron los deseosos de continuar viajando al centro. Y, con esa determinación, Mariano llegó a la Moncloa. 

Sin embargo los perdedores, además de no acatar la decisión de la mayoría, emprendieron una feroz guerra interna. Aznar desgajó del partido a la FAES, no dudó a la hora de alabar a Rivera, líder de Ciudadanos, y es pública la protección otorgada a Abascal, promotor de la nueva ultraderecha. ¿Hasta dónde el expresidente popular es responsable de la división de la derecha liberal? ¿A dónde quería llegar con su estrategia más allá de derrocar a Rajoy? Mientras, los gobiernos de Mariano decidieron suicidarse lentamente negando la corrupción galopante, ejercitando la posverdad como método de comunicación para disimular los recortes de las libertades y el empleo de políticas económicas socialmente perjudiciales, pero beneficiosas para los intereses del capital culpable de la crisis. 

El siguiente capítulo deberá empezar con la renuncia de Rajoy a dimitir en 2018, cuando prefirió caer con la moción de censura de Pedro Sánchez a que el partido continuase gobernando sin él. Descabezados, convocaron unas insólitas primarias de dos vueltas. La gran militancia, de la que siempre habían presumido, no acudió a votar. Quizás no existía, quizás era otra ficción propagandística, y el equipo perdedor en Valencia se hizo con el poder en Madrid. 

Durante aquellas primarias, una pregunta quedó en el aire: ¿por qué Feijóo no levantó la bandera del centro? Seguramente nunca conozcamos la respuesta. ¿Habría evitado el descalabro causado por los derrotados en Valencia, como ahora se asegura en los mentideros? Al final del proceso, las tres derechas, quizás hijas de Saturno, ya estaban en escena, dispuestas a ser comidas por el dios griego del tiempo, quien todo lo destruye.

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