Opinión

Doña Inés del alma suya

Las declaraciones de Inés Arrimadas ante la convocatoria de elecciones en Castilla y León por sorpresa parecían un anticipo de inocentada. Pero no. Decir ahora que Ciudadanos cometió un gran error al "regalar en 2019 cuatro presidencias a un PP en su peor momento" es, simplemente, poner de manifiesto su ignorancia y la de los suyos sobre la consustancialidad de la práctica política. En el 19 les pudo la soberbia y la falta de un criterio práctico. Cs, como toda entelequia, nació para morir fagocitado por sí mismo. Era un proyecto emergente de quita y pon en el tablero electoral. Nada más. Una apuesta de centro etérea e imposible. Fue una operación para el sostenimiento de los intereses de la derecha fáctica, por si PP y CiU sucumbían estrepitosamente.

En Cs desconocían que el centro político organizado como partido no es posible. El mayor de los experimentos en ese sentido fue la Unión de Centro Democrático, UCD, de Suárez. Que, como los recuerdos guardan, explosionó desde dentro. Los intentos posteriores se disolvieron en diatribas contra esto o aquello, contra este o aquel, sin aportar ningún discurso sostenible en el tiempo. Se evaporaron hasta el extremo de perderse en la desmemoria de la ciudadanía. Ese viejo espejismo de crear una organización que aquí sostenga a la derecha y más allá a la izquierda carece de consistencia y termina por tropezar en sí misma. Además, don Alberto Rivera, doña Inés del alma y los suyos, como era previsible, prefirieron apuntalar a la derecha contra las listas más votadas, las socialistas, en Castilla y León, Madrid, Murcia y Andalucía. La careta de partido bisagra pragmático, al estilo de CiU o del PNV, se derritió bajo el sol de la realidad.

En Cs habían intentado acaparar los votantes centristas del PP, viajero hacia el centro desde la desaparición de UCD, sin conseguirlo. Con ese dolor en el cuerpo aceptaron el abrazo del oso antes que el pragmatismo de las negociaciones con el PSOE. Lo que era bueno en Andalucía, para desalojar a la izquierda por el hecho de llevar décadas en el poder, no era adecuado en las otras tres comunidades donde el eterno PP perdía pie quedando de segundo en la carrera electoral. En esa encrucijada pensaron encarnar el centro necesitado por los populares y que, de ganchete en buena hermandad, serían hegemónicos. Fueron incapaces de valorar la fuerza y los intereses partidistas de la genética electoral de Génova.

En 2023, acabados los procesos electorales previstos en el calendario, asistiremos a la defunción de Ciudadanos. No es necesario tener una bola de cristal mágica para verlo. Han agotado su cuota histórica sin ningún logro para dejar en la memoria de este país. Muchos de sus dirigentes serán acogidos en las huestes de Casado, si ha resistido para entonces. Tendrán hueco en el conservadurismo natural pero no centrarán la casa que les acoge. Si no fuera por la existencia de Vox, podríamos decir que la derecha tradicional recuperará así el terreno perdido en el universo del bipartidismo. Pero no, el PP-Casado, pierda o gane elecciones, no logrará desvincularse de la formación cavernaria, cuya bandera no deja de ondear continuamente. 

Firmada la defunción de Cs por Inés Arrimadas, cuatro colores principales seguirán dominando el arco rris político. Rojo, azul, morado y verde. También el sueño de la conquista del centro volverá a estar en el lugar del que nadie puede moverlo. En la simple y elemental oportunidad del voto útil ejercido por la ciudadanía no militante. 

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