Opinión

Claves inquietantes

En la soledad del confinamiento resulta aburrido y cansado escuchar la algarabía en la que andan enzarzados los partidos políticos. El Gobierno intenta ser la pared de un frontón contra la que se estrellen las pelotas envenenadas de la oposición, especialmente los bulos, manipulaciones y mentiras que PP y VOX lanzan al unísono en el Parlamento. Pero en el propio frontón, de cuando en vez, surgen inaceptables fisuras de protagonismos ministeriales por ver quien construye el peldaño más alto de méritos para lucir el día después de la derrota del coronavirus. 

Tanto ruido suena absurdo e insolidario contribuyendo a minimizar el gran esfuerzo de responsabilidad que la ciudadanía, los profesionales de la sanidad y de los servicios básicos estamos haciendo silenciosamente. Y al mismo tiempo coopera a magnificar el desprestigio de la política democrática, que con tanto ahínco persigue la extrema derecha, evidentemente utilizando los cauces oficiales para destruir el sistema de convivencia que nos dimos en la transición y cimentamos con la Constitución del 78, que ellos enarbolan como catecismo obligatorio para, llegado el caso de su triunfo, quemar en las plazas públicas.

Escucho, e incluso yo lo he escrito, criticar a Casado por su seguimiento de los cauces que Santiago Abascal marca. Esto nos duele a quienes creemos en la necesidad de contar con una derecha democrática, centrada y responsable, reflejo del amplio electorado que les ha llevado a gobernar ejercitando un sano ejercicio de alternancias. A mí me parece no solo un suicidio del PP, sino un peligro para la democracia. Estos días de confinamiento he tenido oportunidad de conversar con amigos madrileños, cercanos o vinculados a la Fundación Faes, quienes me han dado o insinuado claves realmente inquietantes para el buen funcionamiento de la democracia futura.

Los sectores aznaristas afirman que ya no se ganan elecciones, que se llega a los gobiernos porque quienes gobiernan las pierden

En el sector aznarista del PP se muestran convencidos de que los vaivenes de la pandemia, tanto si se llega al final del proceso, como si consiguieran derrocar al Gobierno de Pedro Sánchez con las presiones que están ejerciendo, producirá un inmediato gobierno de colación PP-VOX. Y, a lo que más me ha costado dar credibilidad, es que en los círculos de Aznar les resulte indiferente que la presidencia de ese gobierno corresponda tanto a Casado como a Abascal. ¿Quiere esto decir que ambos caminan hacia la misma unidad de destino? ¿Quiere decir que la competencia entre ambos es simplemente un juego con las cartas marcadas? 

No podemos saberlo con certeza, pero es evidente que explicaría diáfanamente la cerrazón de Casado a sumarse a un pacto de futuro, del mismo modo que ha pregonado Abascal y ha zancadilleado Aznar al prohibirle sentarse en la misma mesa con Iglesias.

Esos mismos sectores aznaristas afirman que ya no se ganan elecciones, que se llega a los gobiernos porque quienes gobiernan las pierden. Y, que por tanto, la factura que pagará Sánchez será perder votos y apoyos en el Parlamento. Teoría que avala el desgate desproporcionado e imprudente al que está siendo sometido el gobierno de coalición PSOE-UP. Pero, especulo yo, si esos son los parámetros estratégicos de la cúpula popular madrileña, no hay duda de que están dando por perdido el gobierno de Galicia, también desgastado por la gestión de la pandemia. Y, quién sabe, quizás sea la inquietante evidencia de que el destino de Feijóo no les preocupa ni a Casado ni a Aznar.  
  

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