Opinión

Aleluya, aleluya

Estoy escribiendo una novela cuya acción arranca en 1701. Por esta razón muchos días tengo la fortuna de vivir en otros tiempos lejanos previamente estudiados, investigados y finalmente imaginados. No sé si a mis colegas les sucede igual o simplemente es consecuencia de mi locura creativa, pero el caso es que, cuando la historia es amplia en folios y larga en el tiempo, los personajes vienen a visitarme durante las horas de duermevela. Conversamos, discutimos el enfoque de las situaciones, nos enemistamos, nos amamos o simplemente dejamos correr las controversias al pairo de los brotes intuitivos. Y en estas estaba cuando me llegó la voz de una señora orando a puro grito por Martínez Almeida, Díaz Ayuso y Núñez Feijóo. De verdad, créanme, temí que les hubiera pasado alguna desgracia como aquella de Esperanza Aguirre y Mariano Rajoy saliendo en helicóptero de la plaza de toros de Móstoles allá por 2005.

Pero como la señora, de nombre Yadira Mestre, siguiera soltando peroratas retóricas, producto de una rancia doctrina, dónde los pecados de los humanos provocan la erupción de volcanes, tsunamis y no sé cuántas desgracias más, propias de la Naturaleza pero enviadas por su Dios castigador, creí haber viajado al siglo XVIII, a las décadas previas a la Ilustración, dónde comienza la saga de mi novela. En plena teocracia. Pero, el hecho de que la voz procediera del aparato de radio me tranquilizó por mí, aunque me inquietó por los tres políticos alabados. 

Me asaltó el paralelismo histórico. Esperanza presidenta de Madrid y Mariano presidente del Partido Popular se alimentaban de un cordial odio competitivo semejante al de Isabel y Alberto en estos tiempos. Y manifestaban una tirria contra Zapatero similar a la practicada ahora contra Sánchez. Pero no. Por fortuna no hubo más incidente que el de la predicadora evangelista en el mitin organizado con votantes hispanos para contraprogramar la presencia del presidente Sánchez y del rey Felipe VI en la Cumbre Iberoamericana de Santo Domingo. El objetivo confesado era conseguir dos fotos antitéticas para el día siguiente. La de Sánchez con dictadores y la de Feijóo con los ciudadanos emigrados, amantes de la libertad. El creador de tamaña majadería no puede ser de este mundo. La vieja política de gestos, que tan buenos resultados dio a la derecha en el pasado, por fortuna se ha convertido en un anacronismo gracias a la frenética velocidad de las noticias y del uso de las redes. 

Por ello don Alberto se pasa el día buscando las fotos mediáticas y le salen movidas. La presencia de la predicadora en su campaña de captación de seguidores quizás le pueda ser útil a la hora de confeccionar el programa electoral para la generales. ¿Qué mejor sanidad pública que una señora curando con imposición de manos? ¿Qué mejor protección del medio ambiente que no pecar? ¿Qué mejor control de la natalidad que no fornicar? ¿Qué mejor economía que la limosna? ¿Qué mejor premio a la convivencia que un aleluya cantado a coro? ¿Qué mejor que ‘sanar’ la homosexualidad? ¿Qué mejor balance de gestión que culpar de los males a Dios? El programa resultaría excesivamente conservador pero del gusto de los votantes desertores de Vox.

Al retornar del siglo XVIII esperé oír la autorizada voz de la Conferencia Episcopal. Sentí curiosidad por conocer la opinión de la Iglesia Católica sobre el giro evangelista de la cúpula del PP. Sin embargo no sucedió. La próxima vez que coincida con Feijóo le preguntaré si la llamada se produjo en privado. Por aquello de la discreción entre pares.

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