Opinión

Un mundo feliz

ESTE AÑO se cumplen ochenta aniversarios de la publicación en España de una de las obras más impactantes, rupturistas y visionarias de la literatura mundial de todos los tiempos: “Un mundo feliz” de Aldoux Huxley. La obra había sido publicada por primera vez en inglés tres años antes, en 1932, por Doubleday para Estados Unidos y Chatto&Windous en lo referido a Europa. En España, el mérito de su pronta publicación correspondió al editor catalán Luis Miracle, quien demostraba así estar al día de lo que acontecía en el mundo literario. La traducción de la novela al castellano fue obra, sorpresa de las sorpresas, del periodista, poeta y militante falangista cántabro Luys Santa Marina. En la vida real, Luis Narciso Gregorio Gutiérrez Santa Marina.

Aldous Leonard Huxley nació en Godalming, condado de Surrey, Inglaterra, el 26 de julio de 1894 y falleció en Los Ángeles (EE UU) el mismo día del asesinato del presidente John F. Kennedy, el 22 de noviembre de 1963. Educado en el elitista Colegio Eton, su madre fue una de las primeras mujeres que estudiaron en Oxford. A un hermanastro suyo, Andrew Huxley, le concedieron el Nobel de Medicina. Viajero empedernido, Huxley recorrió prácticamente todo el mundo. En el caso de España, visitó nuestro país en tres ocasiones entre 1929 y 1933.

Escrita en cuatro meses durante la Gran Depresión, en plena crisis del sistema capitalista, “Un mundo feliz” es una novela distópica. En ella, con una visión futurista y pesimista del mundo, Huxley muestra una sociedad organizada mediante un sistema inmutable de castas regulado mediante la manipulación genética. Los épsilon, los alfa y los beta están de acuerdo con su destino social y tener en el consumo uno de sus objetivos para vivir. La acción se desarrolla en un lejano 2500; mejor dicho, en el año 600 de la era fordiana, en satírica alusión a Henry Ford, padre de los automóviles de su apellido y de la organización del trabajo en serie mediante la cual los trabajadores se convirtieron en simples autómatas. En el mundo clónico de Huxley, la felicidad “"perfecta"” la proporciona el soma. Se trata de un mundo feliz donde Huxley avanza tanto el papel manipulador y subliminal de la publicidad, como el fin de la historia propugnado por Fukuyama sesenta años después. A “Un mundo feliz” le cabe el honor de ocupar el tercer puesto de libros censurados en las bibliotecas de EE UU.

En el número de julio pasado de “Le Monde diplomatique”, uno de los gallegos más lúcidos en la actualidad, el redondelano afincado fuera de nuestras fronteras —otro más—, Ignacio Ramonet, se interrogaba sobre la utilidad de leer o reeler “Un mundo feliz” ochenta años después de su primera edición en castellano. Como él muy bien afirmaba en el artículo, "“si alguien se vuelve a sumergir en las páginas de esa novela se quedará estupefacto por su sorprendente actualidad"”. Sin duda la lectura o relectura de “Un mundo feliz”, por la vigencia de muchos de los problemas planteados, nos hará pensar. El análisis será más completo si de forma paralela leemos “Comprender como nos manipulan”, el artículo antes citado y del cual el presente, en parte, es deudor.

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