Opinión

El abogado de las brujas

HABLAR DE LA INQUISICIÓN parece llevar de forma mimética a su identificación con España. Sin embargo la tipificación es incorrecta. Resulta evidente que en nuestro país conformó un monstruoso Estado dentro del Estado, si se puede hablar de la existencia de un Estado durante la época de su existencia sin caer en el anacronismo. Sin embargo, el tribunal existió en otros países y, en muchas ocasiones, superó en barbarie al hispano. Bueno sería preguntárselo a Miguel Servert. Incapaces de superar una especie de paranoia de culpabilidad, en más de una ocasión semejante realidad deben recordárnosla extranjeros. Un buen ejemplo lo tenemos en The witches’ advocate, tesis doctoral sobre la Inquisición y la brujería en España del danés Gustav Henningsen. Una síntesis de la misma dio origen a la monografía titulada El abogado de las brujas, una obra de referencia imprescindible.

Alonso de Salazar y Frías nació en Burgos en 1564. Con una formación jurídica adquirida en las universidades de Salamanca y Sigüenza, tuvo como valedor -y con él trabajó en estrecha relación- a Bernardo de Sandoval y Rojas, arzobispo de Jaén y Toledo, inquisidor general desde 1608 y hermano de Francisco de Sandoval y Rojas, valido de Felipe III. Como inquisidor, Alonso de Salazar participó en el macro proceso celebrado en Logroño entre 1609 y 1614. Generado por contagio con el gran proceso contra la brujería de Labort en Francia, donde fueron quemadas vivas unas 80 personas, provocó una epidemia onírica, una histeria colectiva, en zonas de Guipúzcoa, Álava y Navarra, sobre todo en Zugarramurdi y Urdax. El resultado fueron casi 5.000 sospechosos y unos 2.000 acusados. La racionalista intervención de Salazar y Frías provocó un giro copernicano en la persecución contra la brujería por parte de la Inquisición hispana. Así, mientras en Francia, Alemania y Suecia siguieron enviando a la hoguera a inocentes más allá de los cien años siguientes, en nuestro país las penas se saldaron con leves sentencias. Papel fundamental en esa evolución fue su lúcido análisis de que "no hubo brujos ni embrujados en el lugar hasta que se comenzó a tratar y hablar de ellos". Semejante conclusión provocó la ira de muchos colegas de Salazar y Frías, quienes afirmaron que Lucifer lo había cegado y convertido en el abogado de las brujas.

Gustav Henningsen llegó a Galicia en octubre de 1965. Su intención inicial era realizar una investigación sobre las creencias en la brujería en Dinamarca, Irlanda y el País Vasco. Caro Baroja le aconsejó desplazar el estudio a Galicia al estar mejor conservadas las tradiciones. Del proyecto se caería luego Irlanda al centrarse en Galicia. En ella y el occidente de Asturias realizó durante veinte meses un trabajo de campo. Posteriormente, de 1965 a 1972 llevó a cabo en España la investigación de su tesis doctoral, la antes citada The witches’ advocate. Parte del trabajo fotográfico de campo realizado en Galicia, sobre todo en Ardemil, Ordes, son expuestas hasta fin de mes en el Museo do Pobo Galego. Gracias a ellas podemos comprobar como hace medio siglo todavía se mantenían vivas en Galicia creencias por las cuales fue denigrado el abogado de las brujas.

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