Opinión

Alcaldes. Ayer y hoy

INMERSOS EN plena resaca de las elecciones municipales, la ocasión se presenta óptima para realizar una aproximación a la figura del alcalde e intentar cotejar semejanzas y diferencias con épocas anteriores. Contamos para ello con una buena plataforma al poseer una considerable masa documental y un núcleo urbano representativo, pues en algún momento de los siglos modernos Pontevedra llegó a ser el mayor de Galicia. A pesar de las diferencias y particularidades existentes con otros lugares de Galicia, el caso pontevedrés es sin duda una buena atalaya para el intento de aproximación, con extrapolación incluida, a la citada figura.

Si hoy en día el símbolo del alcalde es el bastón de mando, de aquella ese protagonismo le correspondía a la vara alta de justicia. Frente a la perdurabilidad sin limitación temporal en el cargo actual, antaño la posesión se circunscribía a un año. Eso no fue óbice para que en ocasiones se saltase la norma, como sucedió en 1717. Ese año el arzobispo Luis de Salcedo y Arcona hizo repetir en el cargo a don Joseph Antonio Sarabia Horcasitas y don Antonio Vicente Osorio Galos. Dos años debían transcurrir para poder ser de nuevo alcalde, particularidad recordada a don Manuel Gayoso y Aldao en el acto de toma de posesión el 30 de enero de 1761. Durante aquellas centurias, en teoría, los alcaldes no podían irse de rositas en desaguisados económicos, pues para acceder al cargo debían nombrar a una persona de reconocida solvencia como fiador y responsable de los problemas pecuniarios derivados. Esa particularidad impidió en 1719 acceder al cargo a don Manuel Henriquez, quien el día de la toma de posesión “dijo que andava buscando su fianza para darla en la conformidad de la costumbre (…), que visto por dichos señores dijeron que dandola estan promptos a ponerle en posesión de tal alcalde y asta que lo aga en forma provante lo suspenden”.

Frente a la visión tradicional que presenta un estático sistema de cobrados donde los linajes de los Gagos y Agullas, Puentes y Aldaos tenían un particular protagonismo, la documentación muestra una evolución rica en matices. A modo de ejemplo, si en 1577 las dos varas de justicia -pues dos eran los alcaldes existentes- se correspondían con las dos parroquias -Santa María y San Bartolomé-, con el paso del tiempo la diferenciación la daba ser el alcalde más antiguo. Ese hecho no lo delimitaba tanto la antigüedad en el cargo, como el prestigio personal. También significaba presidir las sesiones a la derecha del juez, mientas que su homólogo quedaba a la izquierda. No ser posesionado como alcalde más antiguo dio lugar a sonoras disputas, como sucedió en 1740 y 1787 con don Pablo Quirós Miranda y don Miguel de Vigo, respectivamente. El cargo de alcalde era compatible con otro cargo municipal como el de regidor, pero no con el de procurador general. Con el paso del tiempo se observa un mayor protagonismo en la obtención de alcaldías por parte de abogados, sobre todo ligados a la Real Audiencia. Ahora bien, los cambios más radicales vendrán de la mano de las Cortes de Cádiz y su herencia. Pero eso es relato para otra ocasión.

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