Opinión

Reparaciones

CIRCULA EL convencimiento de que la extrema riqueza y posición siempre van asociadas a alguna práctica de rapacidad. Que el oro americano solo pudo extraerse a base de extenuación, que la revolución industrial inglesa del XIX se financió con la trata de esclavos dirigida desde Liverpool en el siglo XVIII, que la ‘danza de millones’ de la industria azucarera en Cuba se labró a base condiciones infernales en la corta de caña o que nuestros teléfonos móviles están preñados de minerales sacados del horror africano. Por poner ejemplos.

Hasta las universidades más prestigiosas del mundo, allí donde se ensalza la ciencia, el intelecto y el altruismo, están manchadas.

Hace unos días la que fundaran los jesuitas en Georgetown anunciaba que dará preferencia de acceso a los descendientes de 272 esclavos que vendió en 1838 para financiar sus actividades. Será posible gracias al ADN y a la costumbre católica de registrarlo todo pero otros muchos campus estadounidenses como los de Yale, Brown, etc., tienen un pasado esclavista y aún hoy su porcentaje de profesores y alumnos negros es ínfimo. Pocos se salvan.

Reyes pringados con sus permisos y grandes nombres como los del propio Cristóbal Colón, que trajo indígenas vendidos como esclavos para galeras, enlodados.

Las reparaciones siempre llegan demasiado tarde, a veces nunca a las víctimas, pero la historia parece implacable.

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