Opinión

Me crucé a un turista

El tío hablaba por el móvil en un inglés de Eaton, que no sé si será perfecto pero lo parecía, era de noche y circulaba por la acera montando en bici. Lo hace más gente pero, no contento con ello, el turista —lo adiviné pues su calzado no era de este mundo—, aprovechaba el frescor para pasear al perro, con correa, eso sí. ¿O era el perro el paseador, tirando del hombre, su móvil y la bicicleta? 
Un auténtico espectáculo circense por las calles de una gran ciudad. Un ser multitarea que seguro negociaba en ese momento acciones bancarias en la bolsa de Hong Kong y al que incluso le daba tiempo de guardar las espaldas a su pareja, despreocupada y tranquila ella, disfrutanto también la noche sobre la bici. Nunca llegaré a ese nivel de turista, me dije. Estoy descatalogado del verano actual. A lo sumo sería capaz de enfundarme camiseta y pañuelo como los vivarienses de aquí al lado.
En esta primera columna postvacacional, confieso que el episodio del cicloturista no agotó mi capacidad de asombro. He visto hordas de visitantes (no les llamaría viajeros), comprando camisetas al peso en el Primark para tirarlas a la basura con un solo uso y así no tener que perder ni un solo minuto del verano en lavar nada.

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