El proceso de despido de los 250 trabajadores de la fábrica de aluminio de Avilés, iniciado ayer por el administrador concursal de la que fue planta de Alcoa, nos devuelve las peores sensaciones sobre el sector industrial y la política energética. Cuesta entender algo, ya me ocurrió cuando el advenimiento del euro y no me salían las cuentas, aunque ahora siguen sin cuadrarme cuando intercambio la moneda de precio redondo por la barra de pan. Entonces hubo quien acertó de pleno al ponerle a una discoteca Don Euro. Creo que estaba en Foz.
Ahora en el ocaso aluminero, los cuatro procesos judiciales abiertos y las airadas protestas de la plantilla ante el parlamento asturiano lo dicen todo. El consejero de Industria reconoce que, excepto convocar a inversores, poco más puede hacer por los trabajadores, aunque promete «incentivos y fondos territorializados para eficiencia y energías renovables». Intuíamos que aquello conducía indefectiblemente al cierre. Y así ha sido.
A este lado de la ría de Ribadeo estamos de limpieza y formación mientras el caso San Cibrao promete también recocerse en la olla electoral hasta el infinito. Echará humo, mucho humo, pues además arrastra enormes intereses eléctricos. Lo increíble es que un producto ligero y adecuado para el ahorro energético requiera de tan enormes sacrificios y esté en la picota de la reconversión todo un complejo industrial rodado.
El aluminio es como la moneda eléctrica que ya no acuñamos, en un club del que nos quieren expulsar. Se acaba un producto de la economía real mientras cantidades ingentes de energía mantienen encendidos ordenadores durmientes o que crean ‘activos’ como las criptomonedas, auténtico refugio especulativo. La política energética es un caos pero el sistema está podrido. Ya están tardando los de Foz, tan certeros con el Carnaval, en abrir una discoteca con el nombre de Don Cripto.