Opinión

Después de 'O que arde'

Antes de que vayan corriendo este puente a ver ‘O que arde’, les prevengo sobre críticas y despistados que siguen con la matraca de la Galicia profunda y las aldeas perdidas en las montañas. Es lo malo de sentirse el ombligo del mundo y mentalidades parecidas han provocado la extinción de la Galicia rural, una evidencia que transita por la película de Oliver Laxe.
Un amigo apuesta incluso a que en nuestra aparentemente más despejada costa mariñana el futuro será el turismo de playa y, un poco más hacia el interior, eucaliptos. El resto de vida está en retirada. Otro conocido, harto de luchar contra el fuego y zancadillas varias, vendió las vacas y levantó a su familia del centro del mundo, en el paraíso de Os Ancares, y se fue al Madrid de los barrios multiculturales para ganarse la vida de otra manera, que no mejor.
Es ‘o que arde’, las idas y regresos que de forma tan auténtica y delicada retrata Laxe en su película nominada a los Goya. Poesía audiovisual, aseguran, en la que brillan actores no profesionales y la abrumadora belleza de nuestros paisajes. Que Benedicta Sánchez, a los 84 años, sea nominada como mejor actriz revelación, nos infunde esperanza.