Opinión

Un cachito del penalti de Djukic

EN 1994 DOS PENALTIS gafaron al fútbol gallego. En la final de Copa Alejo falló el último lanzamiento de su tanda ante Cedrún e Higuera a continuación le dio el título al Zaragoza. Meses después era Djukic el que fallaba una pena máxima en el último segundo en Riazor ante el Valencia en la ‘final de Liga’ y el título se fue para Barcelona. El cainismo gallego tuvo su momento de gloria con el siguiente chiste:

Una Liga sin descensos es como la paz de los cementerios

-Oye, tú, ¿los penaltis como se tiran, de cerca o de ‘Alejos’?-, le pregunta un seguidor deportivista a uno del Celta.

-Djukic sé-, contesta este.

La maldición de aquel penalti en el último segundo de la Liga 93/94 parecía imposible de superar, pero al año siguiente el Deportivo levantó la Copa precisamente ante el Valencia, su primer título, y un lustro después conquistaba la Liga. Aun así, aquel resoplido de Djukic en el contraplano de Canal Plus antes de enfrentarse a los once metros que le separaban de González quedó clavado en el espinazo del deportivismo. Ahí sigue, pero el empate del Camp Nou y la permanencia en Primera cuando todo parecía perdido hace que duela algo menos.

Los títulos se celebran pero la permanencia vale más, significa seguir viviendo para seguir sufriendo. Solo así tiene sentido este juego, un trampantojo de la vida misma. A principios del siglo XX una aldea pigmea del Congo dependía de su habilidad en la caza del elefante para seguir comiendo, viviendo y sufriendo. Una sociedad filantrópica británica les suministró comida regularmente. Su vida fue más placentera y ganaron peso, pero acabaron extinguiéndose. ¿Se imaginan una Liga sin descensos? No es de descartar que sin esa angustia por sobrevivir acabase también desapareciendo como la aldea pigmea.

¿Se imaginan una Liga sin descensos? No es de descartar que sin esa angustia por sobrevivir acabase también desapareciendo como la aldea pigmea

Con 11 años viví mi primer descenso en Primera. El último partido de la temporada 77/78 fue un Celta-Atlético de Madrid en Balaídos. Era nuestro único representante en la elite. Asistí a aquel partido como si fuera a la caza del elefante. No había entradas ya a la venta y el padre de un amigo, subcomisario, me coló en el palco como el hijo del gobernador. Valía la victoria o el empate si no ganaba el Rayo en Las Palmas, algo tan improbable como la victoria del Deportivo en el Camp Nou. Los dos goles del Atlético se vieron venir a leguas con dos desmarques del Ratón Ayala. Antes de embocar Rubén Cano ya se presentía la estocada y la grada estallaba en un agudo chillido de pánico femenino antes de que se consumarse. ¡¡¡Aaaayyyyy!!! Con el peligro en el fútbol solo chillan las mujeres. A mi lado una señora, seguramente la mujer del gobernador que no sabía que yo era ‘su hijo’, no paraba de maldecir. Aguinaga, el portero atlético, vestía de rojo. Cada vez que despejaba de puños se levantaba y gritaba:

-¡Comunista!

Por dos veces se adelantó el Atlético y por dos empató el Celta. Como mal menor valía ese resultado si las noticias llegadas de Canarias fuesen normales, pero no lo fueron. Ganó el Rayo por 2-3. Menudo mosqueo. Un periódico gallego había titulado en la previa: ‘El Celta se salvará si hay normalidad’. Al día siguiente se leía a cinco columnas en su portada: ‘El Celta descendió porque no hubo normalidad’.

Esto es fútbol y en el último partido eso de la normalidad es como dar por seguro que vas a cazar un elefante con una lanza de pigmeo, que otra cosa es utilizar un rifle con mira telescópica, ser monarca e ir con guía. El Barça fue a por la victoria pero ya tenía la panza llena. Al Dépor en cambio le iba la vida en esta jornada de caza. Claro que esto lo cuentan ustedes en Éibar y a falta de elefante les van a tomar por un mamut descongelado.

* Apelo a la infinita generosidad de mis lectores lucenses (ya saben que esta página se edita también en Lugo) para que me permitan por última vez (bueno, mejor por penúltima vez) un guiño al club al que he jurado amor eterno desde niño. La derrota por 1-0 en La Palma ante el Mensajero es tan cruel como peligrosa, pero de peores hemos salido. El Pontevedra se juega la vida el domingo y no va a estar solo. En esto no hay medias tintas. O se es granate de corazón o de boquilla. Al menos mis hijos estarán ese día en Pasarón con la bufanda anudada al cuello.

Artículo publicado el lunes, 25 de mayo de 2015, en la edición impresa.

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