Opinión

El equipo que limó los postes

CUENTA LA LEYENDA que las porterías redondearon sus aristas tras la final de Berna de 1960, aquella en la que el Barça mandó cuatro balones a los palos y ninguno entró. Le echaron la culpa de la derrota ante el Benfica a las formas rectilíneas de los postes, que escupían los disparos de Kubala, Luis Suárez y Kocsis siempre hacia fuera y por eso las acabaron limando. En la mejor tradición azulgrana se buscó un culpable y por una vez no fue el árbitro.

El Barça se quedó sin su primera Copa de Europa pero al menos hizo su aportación a la evolución del fútbol, o eso es lo que dicen, pero vaya usted a saber, porque de eso hace ya mucho tiempo. Es como aquello de atribuir a Helenio Herrera una de las frases más célebres de la historia. Un periodista, al acabar un partido en el que había remontado fuera de casa con un jugador menos por una lesión, le preguntó:

-¿Míster, por lo visto se juega mejor con diez que con once?

-Pues por lo visto sí- concedió con media sonrisa El Mago, que se llevó la fama de aquel glorioso titular sin haberlo parido. Hoy ya nadie recuerda el nombre del periodista.

En los postes de Berna comencé a pensar cuando a los tres minutos Jordi Alba, Mascherano y Neymar ya habían patinado sobre el césped de Berlín. ‘La lona es culpable’ comenté al modo de Serrano Súñer antes de enviar la División Azul a invadir Rusia. Esa lona sintética que apelmazó la hierba y la sometió durante los quince minutos previos a la tortura de una sauna filandesa hubiese sido la excusa perfecta en otro tiempo.

Pero desde Berna a Berlín el Barça no solo ha cambiado el diseño de los postes. Entre aquella primera final en Suiza y su segunda aparición pasaron 26 años. Ante el Steaua de Bucarest en Sevilla no fueron los postes sino los penaltis. Ducadam paró cuatro, la copa se la llevó Ceacescu y los madridistas rebautizaron al equipo rumano; ‘De Steaua no beberé’.

Esa final del Pizjuán de 1986 la vieron juntos Valdano, Juanito y Inocencio Arias, aquel diplomático de la pajarita. Su presencia cohibió a los dos jugadores del Madrid que mantuvieron cierta distancia neutral en los comentarios frente a la tele. Con 0-0 y mediado el primer tiempo Lacatus hizo intervenir con apuros a Urruti.

-Uyyyyy- exclamó el embajador levantándose de su asiento.

-Ah, ¿pero se puede?- comentó sonriendo Juanito.

Eché cuentas con mis hijos cuando el Barça marcó a los cuatro minutos tras ejecutar el más perfecto tiqui-taca de la historia. Fue tan hermoso el vals de pases horizontales en medio del salón que el tiro a puerta de Rakitic pareció una grosería.

-‘Cuando tenía vuestra edad ganábamos una Liga cada catorce años y perdíamos una Copa de Europa cada cuarto de siglo. En diez años vosotros habéis visto siete Ligas y cuatro Champions’- les dije haciéndome el enterado y dando ya por ganado el partido.

Y entonces aparecieron los guantes de Buffon, como los de Ducadam en el 86, y el gol de Morata me hizo recordar la lona culpable del prepartido.

-¡Quien carallo habrá puesto ahí la puta lona!- maldije acordándome de la portería del Benfica.

El partido transitaba inexorablemente hacia la derrota en cada pase de Pirlo, en cada galopada de Pogba, en cada desmarque de Morata y Tévez. Pero ya se sabe que viajar en el tiempo no es posible y el pasado del Barça quedó sepultado en algún lugar entre Berna y Berlín. Esta vez el rechace favoreció y Súarez lo aprovechó para embocar y conquistar la quinta Champions y la segunda triple corona, esa de la que solo puede presumir un equipo que ha sabido limar el canto de los postes.

Dos rostros inversos

Luis Enrique ha vuelto a subirse al andamio, que es lo mismo que echarse al monte. Su comparecencia en la rueda de prensa posterior al partido fue impropia de alguien que acaba de conquistar la Champions. Ha ganado la apuesta de las rotaciones y conducido a la excelencia al Barça para ceñirse el cinturón de la triple corona, pero eso no derecho a emplear ese tono altivo y ventajista. No todos le han criticado. Solo propongo que hagan un ejercicio de contraste con la intervención de Maximiliano Allegri. Nunca un perdedor fue tan elegante.

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