Opinión

La España negra

El espectáculo de la vista oral contra el turbio y siniestro comisario Villarejo, al que, por primera vez, veíamos sin la gorra y la bufanda con la que siempre ha ocultado el rostro, fue el reflejo de una España negra que no hemos querido ver. Unas cloacas del Estado que emponzoñaban, y nadie garantiza que no lo sigan haciendo, a los cuerpos de policía. Sus tentáculos alcanzaban también a los sucesivos Gobiernos, la administración de Justicia, a grandes empresas que cotizan en el Ibex y a algunos medios de comunicación.

Las grabaciones ilegales, el chantaje y las amenazas reportaron a Villarejo una inmensa fortuna cuyo destino, oculto en paraísos fiscales, se desconoce. Por la contundencia y el vigor de sus intervenciones el viernes ante el juez, en las qué llegó a decir que no se arrepiente de nada, resultan muy poco creíbles las apelaciones a su quebrada salud para salir del centro penitenciario de Estremera. En la sala, por videoconferencia, apareció también otro de los personajes turbios de esta historia: Corinna Larsen. La examante del Emérito, quien creó con Villarejo una sociedad de ‘socorros mutuos’ que permitió a ambos chantajear al Estado y a la Zarzuela, además de enriquecerse.

No es por tanto extraño que su aquiescencia a prestar testimonio ante el juez tuviera como objetivo defender a su amigo Villarejo. Hizo un relato que pretendía ser conmovedor, sobre su miedo y desamparo de mujer sola frente a las amenazas del entonces máximo responsable del CNI, Félix Sanz Roldán. Incluso pidió cuentas a su ex, Juan Carlos I, y este no la tranquilizó. Ni siquiera los más de sesenta y cinco millones de euros que había recibido como ‘regalo’ del Emérito habían conseguido apaciguar su ánimo. Visto con perspectiva y ante el repugnante espectáculo contemplado ayer en el juicio, cabe preguntarse si un militar con el impoluto y brillante expediente de servicio al Estado que ostenta Sanz Roldán, no debió asesorarse mejor antes de denunciar al excomisario.

Y más teniendo en cuenta que Villarejo había convertido al CNI y a su jefe en los enemigos a abatir. El prestigio de Sanz Roldán, a quien los diferentes gobiernos mantuvieron al frente del Centro Nacional de Inteligencia por su brillante labor, no necesitaba carearse con personajes de la catadura moral del expolicía y la examante.

Otra pregunta que seguramente quedará en el aire y que muchos ciudadanos seguirán haciéndose es si el máximo responsable de los servicios secretos de un país, cuyo objetivo y misión es proteger al Estado de amenazas como el terrorismo yihadista, debería ser el encargado de solucionar las secuelas de la frivolidad sexual del emérito.

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