Opinión

Tirarse al agua de cabeza

Tendría diez años cuando mi padre, que en una piscina flota regular pero que posee una bulliciosa mente analítica, me convenció de que contaba con los suficientes fundamentos teóricos como para enseñarme a tirarme de cabeza. Me orientó la postura, me marcó los tiempos del salto y me infundió coraje para acometerlo. El planchazo, seco como la mojama, pudo escucharse en millas a la redonda. El gesto se me quedó tieso y, pese al dolor y el bochorno, no fue hasta diez minutos después cuando se desplomaron los dos primeros lagrimones, de litro y medio la unidad. Todos contamos con referentes de pensamiento, pero conviene aplicarles también a ellos, por muy fiables que nos parezcan, un filtro crítico.

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