Opinión

La última bala del Clásico

LA PUERIL competición por ver a quién le han favorecido más los árbitros, el desigual porvenir de la temporada y su cercanía a la tensión de los decisivos cuartos de final de la Liga de Campeones parecen haber relegado la vuelta del Clásico a un segundo plano. Su importancia, de hecho, es solo capital para el Barcelona; para el Real Madrid será un lance importante pero casi exclusivamente simbólico. La ventaja en la Liga y la euforia de las semifinales de la Champions le otorgan esa posición de superioridad que el club ha acostumbrado a convertir en un poderoso activo psicológico y deportivo, ideal para enardecer a los propios y amedrentar a los extraños. En cambio, es la última bala para un equipo, el blaugrana, que en este trecho final del curso ha convertido cada partido en un duelo a pecho descubierto, sin cuartel, sin prisioneros. Y el "nada que perder" solo le ha salido a ratos que, finalmente, han quedado en poca cosa (¿hay algo más descorazonador que lograr la remontada del siglo, magnífico punto de partida para arrasar un continente entero, e inmediatamente caer por 3-0 contra una escuadra italiana?). Acudiendo a los tópicos, si al Madrid se le identifica con un orgullo desmedido, el estado de ánimo característico del culé, que aflora de cuando en cuando pese a la trayectoria mayoritariamente triunfal que disfruta el club desde la llegada de Johan Cruyff, es el pesimismo. Y el Barça reciente no funciona bien en el pesimismo. Su última bala la tiene que disparar con convicción, pero se trata de la misma convicción que ha perdido en el juego de posesión para, en cambio, fiar ciegamente su suerte a la verticalidad sin control y a la contundencia del tridente. Porque a veces da la sensación de que, como si fuese un general derrotado y paranoico de una película del Oeste, Luis Enrique prefiere guardarse esa última bala no tanto para el triunfo, sino para defender su cuerpo agonizante de los indios o los coyotes. 

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