Opinión

La épica y los conejos

Un conejo común. EP
photo_camera Un conejo común. EP

LA EPOPEYA es cuestión de escala y punto de vista. Al fin y al cabo, los relatos nostálgicos sobre los tercios de Flandes no dejan de parecerse a esas batallitas que cuenta el gañán oficial del pueblo de cuando fueron varios quintos a las fiestas de la aldea de al lado, le pegaron de hostias a los mozos de allí y, de postre, follaron todos. El fondo es muy similar.

Pero bueno, que todo esto viene a que, de entre lo que he leído en vacaciones, La colina de Watership, de Richard Adams, es lo que me ha dejado una huella más profunda. Es, en efecto, una historia épica; un clásico moderno que este año cumple su 50 aniversario. Y está protagonizado por conejos. Una banda de lepóridos que, tras barruntar la destrucción de su madriguera, debe recorrer varias millas para asentarse en un altozano. Es impresionante. Transmite aventura, peligro, maravilla, emoción. El autor desarrolla incluso un pequeño léxico y una mitología conejil con un héroe cuyo ingenio y arrogancia recuerdan al Ulises homérico. 

La epopeya y sus proporciones. Todo puede ser épico y, a la vez, nada lo es. Puede que algo dejara ver Shakespeare con aquello de que para los dioses somos como las moscas para los niños, y nos meten en líos y nos matan solo para entretenerse.

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