Opinión

Vicepresidenta fashion y comunista

GOBIERNA O manda en España una vicepresidenta que se sabe arreglar; tiene estilo, viste con elegancia y emplea un tono de voz convincente y sosegado que invita más a la reflexión que al mitin. Hasta en el uso que hace de las mascarillas denota gusto y clase: alguien se ha preocupado de contabilizárselas y dice que ha lucido más de cuarenta, (y todas de diseño). Desde luego que es una señora distinguida y cultivada.

Lo que no acaba de encajar en su perfil es su comunismo militante, porque o las casas de moda le ceden sus creaciones o su presupuesto es casi ilimitado. En cualquier caso, y sin pretender inmiscuirme en sus criterios estéticos, estimo que es un mal ejemplo para la ciudadanía a la que pretende redimir y liberar. Es posible que inconscientemente, pero sus hábitos, modos y maneras reflejan a la burguesía que dice denostar; y de la que, por lo tanto, nada debería imitar.

Pero, como vivimos —según dicen los entendidos— tiempos líquidos en los que las ideologías, los referentes y las modas deben de adaptarse a la volubilidad y capricho de las mayorías, quizás la señora vicepresidenta, aun presumiendo de su comunismo militante, acierte al personificar un icono del glamour y la moda. Sin ir más lejos, un conmilitón suyo, gran jefe de UGT, se adorna, en sus apariciones públicas, con un fular o pañuelo más propio de un o una vedette televisiva que de un líder sindical. Pero se ve que él considera que tal estrafalario atuendo le da personalidad o le proporciona carisma. Cada vez es más difícil diferenciar una influencer, un político, una vedette o un cantamañanas. (Nótese que alterno los artículos femenino y masculino para respetar la corrección de género).

En estos tiempos tan superficiales y etéreos, las autoridades, los líderes en general, buscan la popularidad y el relumbrón y participan en todo tipo de saraos, relegando el rigor, la coherencia y la reflexión en aras de la simpatía y la frivolidad. Por eso ya no resulta extraño ver a gobernantes protagonizando divertimentos bochornosos o tertulias insustanciales. Sobre todo, con esta última hornada de profesores universitarios, devenidos en dirigentes, que alardeaban de poder erradicar la casta política. Por cierto, casualmente, ella es hija de un combativo gerifalte sindical.

Dice la vicepresidenta que la palabra gallega mistura le agrada; y lo que representa o su concepto. Está muy bien, y seguro que, en esta época de componenda e impostura, en donde se gobierna siguiendo las encuestas y procurando complacer a vastas mayorías, su usanza la beneficia políticamente. El problema de las mezclas doctrinales es que a veces son explosivas y en otras ocasiones provocan empanadas mentales muy difíciles de digerir y explicar. Ella sabrá, pero sospecho que su mistura ideológica no presagia nada bueno.

Si bien, hay que reconocer que esta nueva izquierda que nos gobierna, culta y/o estudiada, bregada en las asambleas universitarias, son muy hábiles en el manejo del idioma y en la manipulación de los hechos. Así, a un señor de derechas, ellos lo definen como un ser vil, despreciable y solo preocupado por causar el mal a la sociedad; mientras que un comunista es un magnánimo compañero o camarada que renuncia a su bienestar para gobernar y distribuir la riqueza. Que la historia demuestre que allí donde gobiernan solo administren la miseria (de los otros), y que no reparan en los métodos o medios para alcanzar el poder (su meta más preciada), no merece su análisis: es una cuestión de praxis coyuntural.

Por eso no debe sorprendernos que la señora vicepresidenta, en pleno ejercicio de su función gubernamental, se sienta orgullosa de prologar la última edición del Manifiesto Comunista de 1848, que ella tilda de "fraternal, apasionado en su defensa de la democracia y la libertad", y en donde, entre otras excentricidades trasnochadas, se puede leer: "Los comunistas consideran indigno ocultar sus ideas y propósitos. Proclaman abiertamente que sus objetivos solo pueden ser alcanzados derrocando POR LA VIOLENCIA todo el orden social existente". Se ve que tan docta licenciada tiene una particular interpretación de la fraternidad, la democracia y la libertad.

Pero no debemos asustarnos ni preocuparnos: son teorías. Luego, en la práctica, aplican el posibilismo circunstancial que, en pocas palabras y quizás simplificando demasiado, consiste en vivir del erario público vistiendo bien y comiendo mejor. Eso sí, predicando, con vehemencia y sin vergüenza, que tales privilegiadas circunstancias estén al alcance de todos.

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