Opinión

La Rosalía, otra anomalía

Según opinión muy generalizada vivimos el final de una época. Es verdad que todas las generaciones han considerado que su paso por este mundo era trascendental e inmarcesible cuando, lo único cierto, es que simplemente somos eslabones de la cadena de la vida. Pero, ahora, en nuestro tiempo, se dan una serie de indicios o señales que nos hacen presagiar que nuestra forma de vivir, nuestras creencias y nuestras aspiraciones necesitan un ‘reseteamiento’, un nuevo reacondicionamiento a unas circunstancias para las que, los que ya hemos superado la cincuentena, quizás no estamos preparados.

La historia nos revela que siempre ha ocurrido ese desfase o discordancia entre la vejez y la juventud. La sabiduría, experiencia y cautela de la senectud casa mal con el empuje, atrevimiento e incluso inconsciencia de los años jóvenes. Pero, desde la segunda mitad del siglo pasado sucede algo paradójico en nuestras existencias; es como si el tiempo se acelerase, y los descubrimientos o novedades apenas duran un suspiro. Las modas se marchitan antes de exhibir todo su potencial y los referentes o modelos culturales han sido sustituidos por unos ‘influencers’ ajenos al discernimiento y solo preocupados por los ‘like’. De lo que se trata es de razonar poco, discurrir menos y fomentar la inmediatez.

Es el signo de los tiempos. Se acabaron las tertulias interminables, las discusiones filosóficas, los romances eternos. Este periódico que usted tiene en sus manos es un vestigio de otra era, y, usted mismo, si ha llegado leyendo hasta aquí, es una excepción, y corre el serio riesgo (perdone que se lo diga) de acabar encapsulado en sí mismo por la falta de interlocución con sus coetáneos más jóvenes. Sintetizando, usted no es ‘cool’ o ‘guay’. Ahora lo que se lleva es el ‘tweet’, el ‘rap’, el ‘pop up’, los ‘memes’; abreviando: lo poco elaborado y, naturalmente, con los suficientes elementos repetitivos y elementales para que su análisis e interpretación sea fácil y evidente.

Los humanos nos hemos reproducido con gran facilidad, sin grandes amenazas vitales salvo las que nosotros nos infligimos en forma de guerras o pogromos. Somos multitud, y no es fácil gobernar a tal gentío si cada cual opina a su manera y pretende organizar su vida según su criterio. El oficio de gobernante no es fácil a pesar de que tantos se postulen para ejercerlo. Han de ejercer, con finura, un intervencionismo siempre molesto. Cierto que la apariencia de libertad debe prevalecer para no exaltar los ánimos de los más rebeldes. Pero debe de ser eso: apariencia. Y para que ese engaño pase desapercibido lo mejor es que el pueblo se entretenga y se divierta sin necesidad de hacer mucho uso de su capacidad intelectual.

Por eso, no debe de extrañarnos el advenimiento de estas celebridades globales, diestras en varias habilidades seudoartísticas (desde canto a bailoteo) y con gran conocimiento de la mercadotecnia, que, con su arrojo y desvergüenza, engatusan y deslumbran a millones de ‘fans’. En el caso de esta chica, Rosalía (que sabe cantar, sobre todo, flamenco), sus patrocinadores la han hecho especializarse en un género ‘artístico’ mixtificado en el cual la música, el baile, la moda y el descaro se embarullan para conquistar a un público ávido de novedad y glamur, pero, ajeno a la armonía y musicalidad artística.

Ocurre lo mismo en otros ámbitos de la sociedad. Desde el mundo de la política hasta el de la intelectualidad o el de la ciencia. Es una consecuencia de la inmediatez comunicativa y cibernética. Las colectividades se fascinan con sujetos populares por su atractivo físico, su desparpajo o su caradura. Y los encumbran a puestos para los que ni están preparados, ni los saben gestionar. Léase Trump, Kirchner, el Papa Francisco, Boris Johnson, Ayuso, Irene Montero, y un larguísimo etcétera.

En resumen, en el pasado eran las élites las que elegían los liderazgos e imponían las modas y, por su cuna y formación, acostumbraban a frecuentar la excelencia o a deleitarse con la exquisitez. Hoy, son las redes y los medios de comunicación los que gobiernan y nos persuaden de lo excelso o trascendental según la conveniencia de sus intereses. Por eso, el covid puede ser temible o gripal o en la guerra de Ucrania solo los rusos matan a gente civil. En fin, no hay que fiarse, la sociedad se ha empapado de una simpleza y superficialidad inconmensurables, en donde, efectivamente, las tecnologías avanzan a gran velocidad, encubriendo la penuria mental de las mayorías que se deja guiar por proclamas y hábitos que no siempre responden ni a la verdad ni a la evidencia.

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