Opinión

En 2020 los edificios caminarán solos

EL ÚLTIMO libro del gran viajero Javier Reverte (‘Un verano chino’) cuenta su largo periplo por China siguiendo el curso del rio Yangtsé. Su visión no puede ser más descorazonadora para el futuro del planeta: bosques arrasados al servicio de la edificación masiva y de las industrias más agresivas y contaminantes, inmensas ciudades sumidas en una densa y sucia neblina y ríos que arrojan al mar todo lo que sobra a una sociedad que crece y consume sin detenerse a reflexionar y que arrasa, de paso, con su rico pasado y su historia. 

En Europa ahora hilamos más fino. Pertenecemos a una sociedad más asentada y crítica y con ciertos remordimientos morales por haber agotado sobradamente la cuota de contaminación que correspondía a este territorio. Europa ahora se estresa al vislumbrar cercano el agotamiento cierto de los recursos naturales energéticos disponibles y esta mala conciencia se transmite a una legislación que intenta detener en lo posible la desenfrenada carrera de ese caballo desbocado que es la contaminación de la atmósfera y la progresiva destrucción del medio ambiente que nos acoge. 

Y es dentro de este contexto donde surge la directiva de la UE que exigirá que todos los edificios que se construyan en ese espacio comunitario a partir de 2020 sean autosuficientes a nivel energético y sus emisiones de CO2 a la atmósfera se acerquen a cero. Los edificios seguirán conectados a una red eléctrica distribuidora de energía convencional que se utilizará solo en casos extremos cuando la lógica del diseño, aislamientos adecuados y gestión tecnológica aplicada (placas solares, geotermia, energía fotovoltaica etc…) no garanticen su independencia de esa red.

Este nuevo estado de las cosas exigirá la adopción de una estrategia por parte de todos los intervinientes en el proceso de construcción de un edificio, arquitectos, promotores públicos y privados, usuarios y clientes. Serán necesarios arquitectos militantes y promotores, usuarios y clientes concienciados, lo que implica que todos deberán sacrificar algunos de los principios que han guiado hasta ahora su trayectoria vital, profesional y economicista. El promotor deberá apostar por una mejor calidad constructiva en sus proyectos y ajustar los incrementos de costes para que repercutan lo menos posible en un cliente que deberá estar dispuesto a pagar más por una vivienda mejor diseñada, aislada y gestionada y como consecuencia, más eficiente a nivel de consumo energético. Tendrá a cambio que renunciar a ciertos lujos superfluos y asumir acabados con materiales más sencillos y cercanos para así equilibrar su presupuesto. 

El 'nuevo arquitecto' que surgirá en este contexto será un actor importantísimo en el proceso. Su militancia le obligará a utilizar toda su energía y poder de convicción con el promotor para cumplir las exigencias del proyecto. Tendrá la extraña y dura tarea de vigilar a su propio cliente, el que después le encargará, o no, otro proyecto y le permitirá sobrevivir en el proceloso futuro de su profesión. Deberá, claro, renunciar a los banales criterios de la moda manejados hasta ahora, a la cultura de la imagen superflua que apabulla y guía tantos proyectos, al exceso de estilismovacio, a la frivolidad en suma. Su compromiso con la sociedad será producir una arquitectura más sobria, más sencilla en sus conceptos y más seria en sus soluciones constructivas y en todas las estrategias que conduzcan a un menor mantenimiento en el futuro y al mínimo consumo de energía. Para ello deberá exhibir toda su formación, todo su talento e imaginación en esta etapa nueva. 

Pero, no nos engañemos, nada de esto será posible sin un sistema educativo que asuma, a partir de ahora, su enorme responsabilidad en formar técnicos concienciados, proponiéndoles la búsqueda de modelos de arquitectura realmente sostenible adaptada a nuestros recursos próximos y el alejamiento de la influencia de los nada ejemplarizantes arquitectos mediáticos y de las arquitecturas despilfarradoras y vacuas que pueblan como una plaga asfixiante las publicaciones especializadas e incluso las de divulgación general. Esas arquitecturas al servicio de las grandes multinacionales que han visto en lo 'eco' y lo sostenible surcos abiertos para seguir haciendo caja y contaminar otros ámbitos lejanos, escudándose para ello en la imagen de marca de arquitectos insostenibles que explotan a jóvenes y valiosos técnicos en sus inmensos estudios dispersos por el mundo a los que se desplazan en sus más que insostenibles aviones privados. Y allá a lo lejos venden sus refinadas arquitecturas 'bio' en entornos imposibles al servicio de oscuros y contradictorios intereses. 

Nuestros ejemplos a imitar deben ser mucho más cercanos y asumibles. Los promotores privados y las administraciones públicas deben tomar conciencia de que en el nuevo estado de las cosas todo debe ser puesto en duda y toda convicción revisada. Una irrenunciable actitud moral que abrace territorio, clima y arquitectura a través de la austeridad, la eficacia y la belleza. Así se evitará un futuro inevitable

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