Opinión

¿Paramos primero en casa o en el bar?

Los bares tienen sus depredadores y sus parásitos, pero forman un ecosistema que tiende a la simbiosis
Bar César
photo_camera Bar César. VICTORIA RODRÍGUEZ

Los bares funcionan como cualquier ecosistema que conozcamos. Tienen su espacio físico delimitado -normalmente desde la puerta hasta el final del local, terraza aparte-, sus elementos abióticos -mesas, sillas, barras, vasos...- y los seres vivos que lo habitan, en este caso seres humanos -y algún que otro pájaro-. Tienen sus propias normas de supervivencia, normalmente impuestas por la cúspide de la pirámide trófica -la dueña o el dueño-, mientras los demás animalitos se dedican a cumplir su función. 

Entre ellos, tenemos a los consumidores primarios, que están por allí, no se meten con nadie y pueden pasar hasta desapercibidos, pero son elementales para la supervivencia del sitio.

Están los depredadores, que compiten entre sí; siempre hay uno que tiene que ser el más gracioso, el que más tarde se va o el que más sabe de todo. De este tipo, los peores son los que compiten por ser el más baboso. Siempre al acecho. Los verdaderamente peligrosos.

Luego, por supuesto, existen los parásitos, que no invitan a una ronda ni aunque se les venga el mundo encima. Estos se levantan al baño a la hora de pagar o salen a fumar en el momento justo. Una vez uno sacó la cartera en 2004 y se dio cuenta de que ese día no llevaban dinero. Son molestos, pero reconozcámoslo; salvo excepciones, tampoco es para tanto. En el fondo hasta te divierte pensar qué se inventará la próxima vez. 

Todos sabemos identificar perfectamente a cada uno de los elementos mencionados aquí arriba, pero lo verdaderamente importante es que, entre medias, se produce una simbiosis que es la que hace que toda la cadena funcione. Cada bar es un mundo y cada uno tiende hacia una cosa. Por eso nos gustan tanto los bares y, por eso, nos gusta tanto cuando encontramos el bar.

El bar es el cénit de los bares. El bar es lo más, porque sabemos exactamente el qué, el cómo y el cuándo. En El bar incluso pueden llegar a convivir distintos tipos de ecosistemas, según sea miércoles antes de comer o el viernes en sesión golfa. Podríamos estar cientos de horas hablando de El bar porque son miles las que nos hemos pasado allí.

Cada elbar es un lugar único. Si se encuentran la misma gente, a la misma hora y en el garito de enfrente, es un sí, pero no. Está muy bien, claro, y para otros ese un será su el. Pero cada uno tiene su matiz que lo hace único, irrepetible. Por eso, repito, nos gustan tanto los bares. Y por eso nos duele tanto cuando uno dice adiós para siempre. Vaya si duele.

El César de Recatelo baja este jueves la verja. Cosas de la vida. Imagínate lo que supone el cierre de El bar si encima es el negocio de tus suegros. De los dos, claro, porque la gente iba al César pero las tortillas las hacia Maribel. Cosas del naming del Lugo de 1989, imagino.

Sea como fuere, de todos los baretos que hay en Lugo fue el César el que acabó siendo el para mí. Para más inri, tenía que ser el garito que está justo AL LADO del periódico. Otro gran movimiento, de Rosende: espectacular la idea pegarle al Pipermint en la barra entre la familia política y alguno de los jefes. 

Sea como fuere, sobreviví a este cóctel y al final, la diáspora compostelana me alejó un poco del ecosistema cesariano. De las Carmiñas, los Richis las Julias y los Reixas. De los atardeceres de acordeón y los mediodías de butelo. De cañas que duran un instante y se transforman en noches infinitas.

A pesar de la lejanía, cada vez que entrábamos en el coche de camino hacia Lugo, Lucía -la hija del César- y yo nos hacíamos siempre la misma pregunta: 

-¿Paramos primero en casa o en el bar?

Ahora, ambos sabemos que no nos vamos a preguntar eso nunca más. Y duele.

Joder, vaya si duele.

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