Opinión

El Niño que nunca más seremos

Fernando Torres se marcha del Atlético, y con él, una parte indispensable de la historia rojiblanca

Fernando Torres celebrando el primer gol ante el Getafe
photo_camera Fernando Torres

LLEVO 24 horas jodido por algo que llevaba un tiempo sabiendo que iba a suceder. Algo que, quizás, era inevitable. Y que por eso duele. Te vas, Niño, y esta vez es para siempre. Puede ser que vuelvas a formar parte del club, que un día te integres en la directiva, que tires por los banquillos o que llegues a presidente. Pero el Fernando de siempre; el de las botas, las pecas y los goles, ese no va a volver. El de los remates fuera y el enésimo desmarque: ese se va para siempre.


Fernando José Torres Sanz anunció ayer que esta sería su última temporada en el Atlético de Madrid. En su Atlético de Madrid. El equipo que le gustó antes que el fútbol mismo y cuyo peso tuvo que soportar él solito encima de sus hombros cuando apenas era mayor de edad y los mayores le llamaban ‘niño’ porque aún no sabían su nombre. Un nombre que ahora casi suena a pasado, cuando lo cierto es que tiene seis semanas por delante para lograr el único sueño que le falta. Un trofeo con la rojiblanca.


Explicar a Fernando Torres es muy complicado, porque no se trata de una cuestión futbolística. Aunque él haya sido un futbolista mayúsculo. Se trata de la esperanza. De casi 20 años de vida que no volverán. Porque lo que más nos duele, Niño, no es que se marche una leyenda. Es que precisamente es nuestra propia niñez la que se muere. 

Con Torres no se marcha una leyenda. Es nuestra propia niñez la que se muere


La primera vez que te fuiste se nos rompió el corazón. A mí por lo menos. A los 17 años, uno no tiene ni idea del amor y no entendía por qué coño rompías una relación, cuando en realidad lo que hacías era salvarla. Lo mismo, en realidad, que habías hecho siempre. En una época dominada por la oscuridad, te pusiste el traje de Frodo y, sin un mísero Sam en el que caerte muerto, evitaste que la Comarca sucumbiera. Tú solito. Sin el poder de los magos ni la inteligencia de los elfos. Tú, un simple hobbit de Fuenlabrada, conseguiste que el mal no prevaleciese.

 
Esta es la gran aportación de Fernando Torres a toda una generación de chavales que tuvieron que lidiar con una juventud –en lo futbolístico- aterradora. Si el periodismo bufandero tiene cosas reprochables, en el colegio y el instituto es la ley de la jungla y hay que sobrevivir. Uno tiene que intentar vender que Nano es como Rivaldo, o que Javi Alonso puede hacer los mismos goles que Ronaldo. Y sabe que es mentira, pero aquí hemos venido a jugar. La clave  es que, por Torres y exclusivamente por Torres, el juego seguía funcionando. Porque tus compañeros del Madrid decían que Portillo era mejor que Fernando. Y tú, que acababas de parafrasear a Gil con su frase de Movilla y Zidane, sonreías. Porque por una vez, eran los demás quienes tenían que echarle imaginación. 


Cuando te marchaste, el mundo cambió. Mucho. Sin embargo, nos seguía quedando la esperanza. Algún día volverá a ponerse la camiseta del Atlético, pensábamos. Pensaba yo. Quería yo. El fútbol, la vida, continuaron, cada uno por su lado. El escudo por encima de los jugadores y esas historias. Mentira. Porque Fernando Torres es el escudo del Atlético de Madrid, y por encima de él no hay nadie. Y el que diga lo contrario, está en su derecho, pero que no nos diga al resto lo que debemos de sentir. 

Torres es el hobbit que salvó la Tierra Media sin un mísero Sam en el que caerse muerto


Volviste y el mundo era un lugar mejor. Tú, la rojiblanca, y punto. Ofreciste un rendimiento mejor del que recordarán las crónicas y nos quedamos a centímetros de la gloria eterna. Algo que, bien pensado, importa menos de lo que parece. Lo que nos gustaría no siempre es lo que sucede, y es en lo que pasa, en los hechos, en lo que nos tenemos que quedar. Y lo que pasa es que te vas, Niño, y esta vez no hay esperanza. Te vas, como la primera vez, para no dañar una relación que perdurará hasta la eternidad. Te vas con la cabeza alta, dejando el corazón de muchos por el suelo por no poder verte colgar las botas en el Metropolitano. 


Te vas, Fernando, aunque intentemos reternerte en la memoria de la retina. Porque lo cierto es que no volverás. Y nos duele más todavía porque sin el ‘9’ en tu espalda la infancia se nos escapa y la vida es un poquito más triste. 

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