Opinión

Llorando a Ravachol

QUERIDAS Y QUERIDOS lectores, recordarán que el pasado domingo hablaba de los orígenes del Carnaval y de su fiesta. Hoy, corresponde escribir sobre el momento en que le decimos adiós.

Porque la ceremonia más conocida para despedir a Don Carnal, y darle la bienvenida a Doña Cuaresma, (hablo de los países de tradición cristiana que “adoptaron” esta fiesta de origen pagano), es el entierro de la sardina. Los entierros suelen consistir en un desfile carnavalesco que parodia un cortejo fúnebre, y culmina con la quema de alguna figura simbólica, generalmente representando a una sardina.

Este evento se celebra tradicionalmente el miércoles de Ceniza. Allí se entierra simbólicamente al pasado, a lo socialmente establecido para que pueda renacer con mayor fuerza, y para que surja una nueva sociedad transformada. Hay muchas variantes, y sin ir más lejos, si echamos un ojo a nuestra querida Galicia, los símbolos que se “entierran” son de lo más variopinto.

Pero de nuevo, mi queridísima Pontevedra vuelve a ser única. Porque en el ceremonial de despedida a Don Carnal, no enterramos cualquier cosa. Nosotros velamos e incineramos al Loro Ravachol. ¡Vaya pájaro!.

Ravachol era el notable animalito que el farmacéutico Don Perfecto Feijoo, tenía en su botica de la calle Peregrina. El loro, fue un regalo de lo más exótico, que le hizo a Don Perfecto un buen  amigo, Martín Fayes; músico y director de la banda militar del regimiento de infantería
de Guillarei-Tui, en 1891. No debió ser fácil la adaptación del loro a su nuevo hogar. Por los documentos que he leído, le llevó cierto tiempo.  Ahora bien, una vez que mostró su temperamento, sorprendió a propios y extraños, con su carácter alborotador e irreverente. E
so fue lo que le hizo especial. No hay constancia, que el loro tuviera un nombre determinado durante sus primeros meses en Pontevedra, pero antes de que se cumpliera un año de su llegada a la ciudad, todos los vecinos lo conocían con el nombre de un famoso revolucionario francés. François Ravachol. Un anarquista que además de alborotador se ganó la fama de temido terrorista por unos atentados realizados con dinamita. Es el propio Don Perfecto el que bautiza al loro con el nombre de Ravachol, dadas sus muestras de rebeldía y carácter alborotador.

La reconocida fama en toda la ciudad, de semejante ave, se debe a que identificaba algunas situaciones para aplicar sus frases, casi siempre en gallego, que pronto se hicieron populares y fueron utilizadas en el lenguaje diario de los pontevedreses. Por ejemplo, para cuando entraba un sacerdote imitaba a un cuervo. También tenía fama su forma de hacer plegarias y cantos durante la misa en el cercano Santuario de la Peregrina, causando malestar en los religiosos a los que llamaba “bárbaros”.

Pero además, Ravachol se despachó bien a gusto con varios personajes de la época. Recibieron sus insultos intelectuales y poderosos políticos. Al propio presidente del gobierno Don Eugenio Montero Ríos y a la escritora Doña Emilia Pardo Bazán les dedicó insultos que acarrearían buena condena en la época. El 26 de enero de 1913 fallece el Loro. Se dice que la causa de su muerte fue un empacho de bizcochos mojados en vino.

Pontevedra al completo se envuelve de una triste sensación de dolor y se organiza para despedir al referente más emblemático de la ciudad.
el cadáver es embalsamado y expuesto en la farmacia que se abarrota por las muestras de dolor de los pontevedreses. A Don Perfecto le llegan telegramas de toda la geografía española.

Fijan la fecha del entierro para el día 5 de febrero, miércoles de ceniza. La sociedad de artesanos organiza los actos fúnebres. Se  publica  un  bando  donde solicitan la asistencia al entierro “disfrazado cada uno a su manera y portando un farol fúnebre”. La más curiosa y completa crónica sobre el paso a mejor vida del loro en cuestión, nos la ofrece Prudencio Landín. Este insigne abogado, político, periodista y escritor pontevedrés, (y como curiosidad cito que sucedió a su padre frente al referente informativo de nuestra ciudad y fuera de ella, aun hoy en día Diario de Pontevedra), nos dejó para deleite de todos un libro-joya que todos los que vivimos en esta ciudad deberíamos leer “mi Viejo Carnet”.

Allí entre las paginas 517 y 521 ofrece el relato completo del Loro de Don Perfecto Feijoo. Así, en homenaje a su estrambótica existencia y pasamento, nosotros decimos adiós al carnaval, exactamente igual que nuestros convecinos de entonces, ¡llorando a Ravachol!.

Comentarios