Opinión

El principio del fin

YO SOY de los que piensan como Javier Cremades, el brillante abogado que ha luchado hasta la saciedad porque esta madrugada Leopoldo López volviese a casa con su esposa Lilian Tintori y sus hijos. Un paso importante en un régimen cuasi totalitario que está dando las notas del inicio del fin de una triste y macabra sinfonía.

Bien es cierto, como decía Leopoldo López padre, en una entrevista la mañana de ayer, unas horas después de haber sido liberado su hijo de la cárcel militar de Ramo Verde, «aquí no ha vencedores ni vencidos, aunque para nosotros sea un día de celebración porque mi hijo aunque no libre, está en casa”.

La lucha frente a la insensatez y la sinrazón del régimen bolivariano de Chávez ya había comenzado años antes en Venezuela, pero yo recuerdo con gran preocupación las imágenes que desde allí se transmitieron al mundo entero aquel martes 18 de febrero de 2014.

Hacía una semana que lo perseguían acusándole de promover y dirigir los disturbios de aquel 12 de febrero de 2014, cuando la ciudad de Caracas se sumó a las protestas convocadas al tiempo también por los otros líderes de la oposición venezolana Antonio Ledezma, María Corina Machado y organizadas en conjunto con movimientos estudiantiles.

Leopoldo López que había permanecido escondido, daba la cara ataviado con las galas de la libertad y adornado con el halo que solo emiten los más grandes en defensa de la libertad, y lo hacía acompañado por un interminable número de seguidores encabezado por su inseparable, incondicional y más que valiente esposa Lilian.

Llegaron a la plaza Brión de Chacaito, y subiendo a la estatua del prócer cubano José Martí, allí Leopoldo se despedía ante la multitud congregada momentos antes de entregarse a la policía, con un emocionante discurso del que recojo este fragmento; “... Esa salida tiene que ser pacifica, tiene que ser dentro de la constitución, pero también tiene que ser en la calle, porque ya no nos quedan en Venezuela los medios libres para poder expresarnos. Si los medios callan, que hable la calle, y que hable la calle con gente, y que hable la calle en paz, y que hable la calle en democracia... Yo ahora voy a proceder a ir al piquete donde está la guardia y donde está la policía. Lo voy a hacer, créanme, yo lo pensé mucho ... Les quiero decir que estos días tuve mucho tiempo que pensar, analizar, escuchar radio, ver televisión, leer lo que no había leído en algún tiempo, hablar con mi familia. Las opciones que tenía era irme del país ¡y yo no me voy a ir de Venezuela nunca! La otra opción era quedarme escondido, en la clandestinidad, pero esa opción podría dejar la duda en algunos, incluso en algunos de los que están aquí, que nosotros teníamos algo que esconder, y no tenemos nada que esconder: yo no he cometido ningún delito, yo no soy un delincuente, yo no me tengo que esconder. Entonces la opción que me queda es presentarme... Yo les pido por favor, les ruego, les ruego con el corazón, les ruego que cuando yo pase y me entregue, yo les pido por favor que ustedes se mantengan en paz. No tenemos otra opción, no tenemos otra opción. Yo no quiero más violencia, ni más confrontación. Así que yo les pido comprensión, yo les pido organización y les pido disciplina...”. No creo que estas sean las palabras de un golpista como ayer lo definió el iluminado jefe de la invisible Izquierda Unida.

En ese momento comenzaba el calvario de Leopoldo, del que de alguna manera todos los demócratas del mundo nos hemos participes gracias a la cruzada de visitas, viajes, conferencias, y entrevistas de su padre y su esposa a lo largo y ancho del globo, como aquí en Pontevedra, denunciando así la situación de un luchador por la libertad, como tantos otros que injustamente han sido víctimas del régimen bolivariano de Nicolás Maduro; régimen revolucionario del que no podemos obviar, aquellos 259.447 venezolanos asesinados en 17 años de revolución presidida por el que se manifestaba a través de cánticos de un “pajarico chiquitico” al ex conductor de autobús elevado a presidente. Tampoco podemos obviar los 91 que llevamos en estos últimos tres meses.

Leopoldo abandonaba la prisión un 8 de julio, yo espero que este sea el inicio de una nueva singladura como la que iniciaba hacia la India Vasco de Gama un mismo día de julio pero quinientos veinte años antes, y aunque en esta no se puede hablar de libertad, sí de un atisbo con tintes de cambio.

Porque Venezuela necesita volver a ser libre, volver a ser aquel país de referencia en el continente americano y en el mundo entero, porque los venezolanos de bien se lo merecen.

Y porque sólo en una democracia real puede realizarse plenamente el Estado de Derecho, porque es en esta forma de gobierno libre en donde la Ley se orienta a la igualdad y a la justicia, buscando así la síntesis entre la igualdad y la libertad. Esa que tanto ansían los venezolanos.

Me han indignado “consignas tuiteras” que ayer leía (no los pienso mencionar personalmente, es lo que quieren) de los que de una manera u otra desde España han participado en la “maduración” de esta terrible situación del pueblo de Venezuela.

Quizá me equivoque, es posible, pero soy de las que aboga porque queda poco para que la democracia y la libertad vuelvan a ese maravilloso país bañado por el Orinoco.

Nicolás Maduro va a permanecer poco tiempo en donde está, y no porque lo echen los americanos al “insolente” ritmo de Styx, Van Halen, Billy Idol y Guns and Roses entre otros. Lo hará el pueblo.

Pienso que ya está blindando sus cuentas en paraísos fiscales, diseñando la ruta a cuyo destino llegará a bordo de un avión privado ya preparado a día de hoy y previo pago de un más que sustancioso peaje al país de acogida a costa del erario público.

Este falso profeta no se irá dando la cara ni entregándose como los valientes, lo hará de forma alevosa, nocturna y cobarde.

De todas maneras y mientras esperamos que eso suceda, recordemos aquel tema que Sing dedicó como crítica a la dominante política de la Guerra Fría y a la doctrina de la destrucción asegurada mutua, en él canta una frase significativa, “espero que los rusos quieran a sus hijos” ;al mismo tiempo les invito a que conozcan el final del discurso de Leopoldo López en la plaza Brión, donde dijo, “... en el nombre de mis hijos, de mi hija Manuela, de mi hijo Leopoldo... En nombre de todos los niños de Venezuela yo les juro que vamos a vencer y que muy pronto tendremos una Venezuela libre y democrática”.

Yo concluyo esperando que bien por los niños, bien por lo que ya no lo sean, este sea el principio del fin.

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