Opinión

Artaban, mi favorito

HACE UNOS días vivimos la noche mágica por excelencia del año, la Noche de Reyes.

Desde el mismo momento que conocemos los nombres de esos tres señores que se acercan vestidos tan raro, al portal de cada uno de los "belenes" para adorar al Niño, cada uno de nosotros se adjudica uno.

El mío era Baltasar, quizá por ser el más exótico de los tres y llamarme más la atención su prestancia, aunque he de confesar que les esperaba a los tres con las mismas ganas cada noche del 5 al 6 de enero, tras verlos absorta y con los nervios a flor de piel en las cabalgatas, porque aquellas sí que eran cabalgatas.

Ha pasado mucho tiempo desde mi primera toma de contacto con Melchor, Gaspar y Baltasar, aunque no tanto del descubrimiento el que pudo haber sido el Cuarto Rey Mago, Artaban, sin duda al que prefiero de los cuatro.

Hay figuras legendarias que nunca pierden lustre, hay otras que se pierden en el albor de los tiempos dejando al libre albedrío su existencia real o su creación por la leyenda. Artaban es uno de esos personajes que conjuga ambas posibilidades.

La primera vez que tuve conocimiento de la historia del cuarto Rey Mago, fue a través de un cuento, uno de esos innumerables libros que devoro con mayor o menor devoción cada vez que llegan a mis manos. El relato navideño The Other Wise Man, traducido como El otro Rey Mago, había sido escrito en 1896 por el clérigo presbiteriano estadounidense Henry van Dyke, no pude disfrutar de él hasta este verano pasado.

Me fascinó y ahondé en la historia, y encontré algunas referencias a su posible existencia. Investigué y me documenté, y parece ser que existen citas que lo referencian en varios textos antiguos.

No sé si será otro producto de la tradición oral hecha texto, como algún otro gran rey que pudo haber vivido entre nosotros, como el Rey Arturo de Camelot, y que también me cautiva. Lo importante es la trascendencia de su leyenda.

Se cuenta que Artaban, existió y que pertenecía a la casta de los magos del Oriente, de igual forma que los Tres Reyes Magos conocidos tradicionalmente: Melchor, Gaspar y Baltasar. Artaban era miembro de la casta sacerdotal Zoroastro de los Medos y los Persas, incluso lo emparentan con Darío I y Jerjes I, este último conocido por su triunfo ante los 300 espartanos en la batalla de las Termófilas. Ahí quedan las referencias, aunque a mí lo que e ha cautivado, es lo que les voy a contar a continuación.

Dicen los textos antiguos, que Artaban, junto con Melchor, Gaspar y Baltasar, habían hecho planes para reunirse en Borssipa, una ciudad antigua de Mesopotamia, desde donde iniciarían el viaje para adorar al Mesías.

Baltasar portaba el oro para agasajar al considerado "Rey de Reyes", Gaspar le obsequiaría con incienso por tratarse del "Hijo de Dios", Melchor transportaba mirra, quizá apuntando hacia la cuestión de haberse hecho Hombre; pero era Artaban el que llevaba que llevaba consigo cantidad de piedras preciosas para ofrecérselas a Jesús como el más alto de los presentes, aunque nunca llegó a tiempo a Borssipa, por eso no formó parte dese grupo de Magos de Oriente que fue a ver al Niño al Portal.

El cuarto rey, de camino a encontrarse con sus compañeros, cuentan los viejos documentos que topó con un anciano enfermo, cansado y sin dinero; Artaban se vio envuelto en un dilema ayudar a este hombre o continuar su camino para reunirse con sus compañeros de viaje, pero obedeciendo a su noble corazón, decidió ayudar a aquel anciano. Prosiguió su camino, pero cuando llegó Belén el Niño Jesús ya había nacido, y sus padres avisados por un ángel del peligro que corrían habían puesto rumbo a Egipto.

Con el solo propósito de poder llegar a conocer a ese Niño y rendirle los honores correspondientes, al cuarto mago se encarama en una serie de periplos siguiendo los pasos del nazareno, y haciendo gala de solidaridad, misericordia y humanidad, ayudando a todos los que se lo solicitaban a través de todas las villas y pueblos que cruzaba. El cargamento de piedras preciosas que portaba, poco a poco se reducía sin remedio en su andar, pero poco le importaba a Artaban.

Así pasaron los años y en su larga tarea por encontrar a Jesús, treinta y tres años después de haber iniciado su viaje se encuentra en Jerusalén camino del Gólgota para ver la crucifixión de un hombre que decían era el Mesías. Esa sería la última oportunidad que tendría al menos de verle.

Con el único rubí que le quedaba y dispuesto a entregar la joya pese a cualquier circunstancia, presencia una escena en dónde una mujer que era llevada a la plaza para venderla como esclava. Artaban entrega la piedra a aquel desesperado padre para que comprase su libertad.

Triste y desconsolado se sentó bajo el pórtico de una vieja casa, momento en el que la tierra tembló. Moribundo y con sus últimas fuerzas, el cuarto rey mirando al cielo imploró perdón por no haber cumplido su misión de adorar al Mesías. En ese momento, la voz de Jesús se dirigió a él y le dijo: “tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber, estuve desnudo y me vestiste, estuve enfermo y me curaste, me hicieron prisionero y me liberaste ... Artaban, agotado preguntó, pero Señor, “¿cuándo hice yo esas cosas?, la voz de Jesús le dijo: todo lo que hiciste por los demás lo has hecho por mí, y hoy estarás conmigo en el reino de los cielos...”

No sé, si el cuento de van Dyke recoge expresamente lo dispuesto o en los escritos antiguos, pero he querido compartir esta historia con ustedes porque quizá ese Rey mágico que se detuvo en su camino para ayudar a los demás, es con el que más interactuamos, con el que nos encontramos en nuestra cotidianeidad, aunque no tanto como nos gustaría, y que vino a enseñar al mundo que el amor, el servicio y sacrificio son lo más importante en el ser humano.

Es ese tipo de valores el que debemos hacer que permanezca en el espíritu y proceder de todos nosotros los 365 días del año, pero en especial en la ilusión de los más pequeños, defendiendo de duros ataques de marketing comercial y político ese legado, y hacerlo como la mejor herencia que nuestros mayores nos han dejado.

Estoy convencida que es lo que hubiera seguido haciendo Artaban, mi favorito.

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