Blog | Estoy Pensando

El lazo morado

Manifestación feminista en Lugo. XESÚS PONTE
photo_camera Manifestación feminista en Lugo. XESÚS PONTE

A VER CÓMO lo cuento. Si cogemos a doce personas, las dividimos en dos grupos de seis y las ponemos a tirar de una cuerda, cada grupo en un sentido, aparte de organizar un juego popular, tendremos una sociedad igualitaria en la medida en que esto es posible. Claro que tarde o temprano uno de los dos grupos acabará avanzando medio metro, pero podremos decir que en líneas generales hemos alcanzado algo parecido a la igualdad. No obstante, privaremos a los participantes de tirar de la cuerda en el sentido que prefieran. No son libres. Libertad e igualdad son cosas diferentes y no se pueden unificar desde la imposición. Podemos tratar de convencer a los doce participantes de que aten una piedra a un extremo de la cuerda y traten de avanzar todos en el mismo sentido para construir una escuela piedra a piedra, pongo por caso. Eso podría tener cierta utilidad. Si las doce personas actúan de común acuerdo y reciben por su trabajo la misma recompensa, entonces tendremos una comunidad libre, justa e igualitaria en la que la energía aplicada es aprovechada por todos. Un equilibrio entre energía, entropía y presión, es lo que a lo largo de la Historia ha proporcionado momentos, aunque escasos, de libertades y equivalencias. Eso lo explican las leyes de la termodinámica, que no voy a exponer porque las desconozco.

Los avances, sean sociales o tecnológicos, se logran cuando hay un amplio grupo de individuos buscando un resultado común. El objetivo, por otra parte, ha de ser realizable: si ponemos a las mejores mentes de la humanidad a trabajar en poblar Marte y cada uno de nosotros y nosotras hacemos lo posible por facilitar su labor, en unos siglos Marte estará colonizado, pero si hacemos lo mismo para construir un huevo el fracaso será absoluto, porque toda la humanidad, por mucho que se empeñe, sería incapaz de hacer el trabajo que una gallina hace de forma natural.

Luego están los liderazgos, que por norma buscan tirar de la cuerda en sentido contrario al del rival. Decía Victoria Armesto, una de esas grandes mujeres injusta y convenientemente olvidadas, que la mejor manera de frenar a un pelotón es ponerse a correr delante. Una vez al frente, el pelotón frenará si frena quien lo encabeza. Hay que tener mucho cuidado con las intenciones de quien trata de ponerse al frente de cualquier avance. El pasado 8 de marzo, todos los líderes trataron de encabezar la huelga y las manifestaciones feministas. Lo hicieron además a posteriori, al comprobar el éxito de un movimiento que se les fue de las manos. Mariano Rajoy y Albert Rivera, quienes previamente se habían opuesto a las movilizaciones, aparecieron en público con lazos morados, seguramente arrancados cinco segundos antes de la solapa de una esclavizada camarera de hotel a la que se prohibió sumarse a la huelga. En los días precedentes, preguntado por la brecha salarial entre hombres y mujeres, Rajoy decía: "No nos metamos en eso". Por su parte, el día siguiente a la huelga, Rivera declaró que se mostraba "encantado de liderar este movimiento".

El 8-M ha puesto en evidencia que no somos nada sin ellas

La falta de respeto a todas las mujeres que se movilizaron, a las plataformas y asociaciones que promovieron los actos del día 8 fue de tal magnitud que evidenció hasta qué punto hay líderes políticos dispuestos a enfangarse ante el mundo entero por un voto más o menos. A Rajoy y a Rivera sólo les faltó pintarse las uñas de morado, como la reina Letizia, que se las puso así para demostrar que es una mujer igual a las demás, como para protestar por la brecha salarial entre ella y su marido Felipe VI.

Eso que hicieron muchos, el convertir un movimiento multitudinario secundado por millones de mujeres en España en una parodia, es lo que debiera ser noticia. Los medios de toda Europa ponían al Estado español como ejemplo de la lucha feminista mientras los líderes españoles la convertían en una charlotada. Y con esto vuelvo al principio: libertad e igualdad no son lo mismo. Son dos cosas diferentes y la meta es convertirlas en asuntos compatibles y convergentes. A fecha de hoy los hombres somos más libres que las mujeres y menos iguales que ellas. Compartimos con ellas ciertos derechos, como el de votar a cualquiera de los hombres que nos quieren gobernar y algunas obligaciones, como la de respirar o la de aprender a calentar un café en un microondas.

Reconozcamos que al hombre no le conviene cambiar, pues estamos divinamente como estamos, pero entendamos de una vez que las leyes de la evolución, de la lógica y de la termodinámica nos conducen a un destino inevitable. El 8-M ha puesto en evidencia algo que todos sabemos desde siempre: que no somos nada sin ellas.

Tirando de una cuerda puede que seamos más fuertes, o corriendo 100 metros lisos en menos tiempo. Eso hace que nos creamos mejores. Pero todos sabemos que si hay que elegir entre colonizar Marte o construir un huevo, lo primero que haremos es preguntárselo a ellas, y de no ser así, trataremos de hacer un huevo. Por eso hacen bien en manifestarse, porque ellas y nosotros sabemos que tienen la respuesta y la razón.

Comentarios