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Breogán bajo un paraguas

FEIJÓO CELEBRÓ su toma de posesión entre un mar de paraguas. Fraga convocaba a cinco mil gaiteiros, lo que a mi juicio carece de mérito alguno, y Alberto Núñez Feijóo convocó a más de 5.000 paraguas. Eso sí es exagerado. Todo tiene su lado bueno y su lado malo, que no hay rosa sin espinas ni moneda sin dos caras, ni mechero sin chispa ni mechero sin gas. Allí, en la Praza do Obradoiro, el presidente de Galiza, oportunamente, pedía a los asistentes que se mojaran por el país. El único que se mojaba por el país era yo, que no llevaba paraguas, ni capucha ni elemento alguno que me protegiera de la lluvia.

El Obradoiro se convirtió en un océano de paraguas, fiel reflejo de lo que es este país, que no nos ha dado ni un minuto de lluvia desde hace meses, hasta que Feijóo celebró su victoria. Ayer, según mis cálculos, se arruinaron decenas de miles de euros en maquillajes y peluquerías, empezando por los míos. Yo estrenaba peinado, estilo, vestuario, personalidad, relaciones y gafas. Todo ello no sirvió de nada porque lo que ahí de verdad se estrenaban eran los paraguas. No lució el mejor vestido ni el mejor peinado, sino el mejor paraguas. Se rumoreaba que Ana Pastor llevaba un vestido verde botella, pero nadie pudo confirmarlo porque solamente se veían paraguas y más paraguas.

Dos cosas hizo Feijóo que a mí me gustaron: una, referirse reiteradamente a Rajoy, que estaba a su lado, como el "Primer Ministro de España". A su lado, Rajoy, ajeno al discurso del Presidente, admiraba la fachada de la catedral de Compostela como pensando que era una obra magnífica que veía por vez primera. Lo que hacía Feijóo, de manera no muy sutil, era proclamar la independencia de Galiza pillando a Rajoy distraído. Últimamente, Feijóo se refiere a sus conselleiros como ministros. La otra cosa que hizo bien el Presi fue no dejar hablar a Rajoy. Rajoy escuchó el discurso del presidente da Galiza sin abrir la boca, como si estuviera asistiendo a la toma de posesión de un líder guatemalteco.

Solamente, por poner una pega al asunto, debe reseñarse que nadie aplaudía. Eso lo explicó Wenceslao Fernández Flórez en su día: si lleva uno o una un paraguas, queda inhabilitado o inhabilitada para aplaudir, por pura lógica. El paraguas convierte a su portador en una persona manca, incapacitada para el aplauso y para cualquier otra función que requiera de dos manos. Para aplaudir se necesitan dos palmas, pero si una de ellas se utiliza para sostener un paraguas, difícilmente puede juntarse con la otra para palmear. Eso lo sabe todo el mundo que conozca los elementales principios de la física, la biología y la antropología.

El mar de paraguas impedía la visión del escenario y de la pantalla gigante que transmitía el evento para la TVG. Es de reseñar que los paraguas eran diversos en colorido, tamaño, funcionalidad e impermeabilidad. Había de todo: paraguas del PP, paraguas de Carnicería Fernández y paraguas sin marca que mostraban un arcoíris LGTB. Cuando arrecia la lluvia por la puerta, la ideología salta por la ventana.

Sonó el himno nacional da Galiza y ahí sí, bajo los paraguas, se constató lo habitual. Todos los gallegos y todas las gallegas se hacen la misma pregunta: "Que din os rumorosos na costa verdecente, ao raio transparente do prácido luar?". En los actos institucionales nadie conoce la respuesta porque salvo el Presidente, nadie conoce el himno más allá de la cuestión planteada, que tampoco estábamos era una asamblea del BNG para que nadie se sepa el himno de su nación. Lo que yo recomiendo siempre en estos casos es que uno mueva la boca cantando cualquier otra cosa: "Eran uno, dos y tres los famosos mosqueperros, y el pequeño D'artacan, siempre va con ellos", por ejemplo.

Terminado el acto, en el que casi nadie reconoció a casi nadie porque todos estaban debajo de un paraguas, acabamos con Alfonso Rueda en un bar, de nombre Camilo, donde uno comprueba que no es nadie. Sus paredes están cubiertas por fotografías de gente que es o ha sido alguien. El propio Rueda, Beiras, Feijóo, Ana Pastor, Touriño, Julio Iglesias, Camilo Nogueira, Fraga. Todos los gallegos importantes, desde la época de Breogán hasta hoy, están ahí expuestos menos un servidor. Ahí le pregunto a Rueda si seguirá siendo Vicepresidente y me dice que no lo sabe. Jamás me ha mentido, o sea que Feijóo todavía no le ha dicho nada, pero él y yo sospechamos que sí, que será confirmado en el cargo hoy mismo, domingo (como así fue finalmente). Yo vuelvo a casa con la seguridad, probablemente falsa, de que Feijóo se siente presidente de una nación y aunque nadie más que yo se lo crea, la imagen de un Rajoy ejerciendo por una vez de personaje secundario, protagonizando un cameo en Galiza, me hace feliz. Entre tanto paraguas, bailando bajo la lluvia, yo, secesionista, quiero creer, y me equivoco con toda seguridad, que hay un Presidente gallego que por fin cree que Galiza es una nación. Mi señora discrepa.

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