Opinión

Un país de pícaros

TRIUNFAR por listo, corrijo, por pillo, más que por trabajador es el summum de la españolidad. No es además una moda pasajera, viene desde tiempos pretéritos como así demuestran El lazarillo o El buscón. Es decir, en los últimos 400 años mínimo no hemos evolucionado hacia una mentalidad de progreso colectivo.

Ahora estamos en la era de El lobo de Wall Street, del capitalismo salvaje, del sálvese quien pueda, del todo Pa la saca. Es una época tan materialista que para muchos lo MÁS importante es el dinero. La adoración por el vil metal va más allá del mero hecho de aspirar a una vida acomodada. En determinados círculos, la high class, la cantidad es una cuestión de estatus. Y esta, amiguiños, cuesta dinero. Mucho, muchísimo.

Pertenecer a la élite económica conlleva llevar una vida ad hoc: coche de alta gama, casoplones, vacaciones en Sotogrande que no falten, ropa de ensueño, un novi@ guapo y, por supuesto, con posibles. O acaso no se han preguntado por qué todos los ricos —así aspiren a emular a Matusalén— tienen a su lado a señoras guapas, a ser posible rubias, y estupendas. ¿Casualidad?

Volvamos a los pícaros, esa figura española tan idolatrada, que ahora en el siglo XXI tienen de profesión... ser comisionistas. Sí, como lo oyen, ser millonario por arte de birlibirloque sin necesidad de jugar al Euromillón o la Primitiva, esa costumbre tan de pobres. ¡Qué necesidad!

Ser un comisionista, aunque no lo aprecien, también tiene su trabajo. Para empezar, tienes que conocer a alguien con influencia (ahí entran los amigos), después estar al tanto de los buenos negocios —cero esfuerzo, máximo beneficio—, y no tener escrúpulos (¡vaya incordio!).

Como pueden ver, no todos valen para comisionista, es un trabajo que requiere un currículum vitae del que muchos carecemos. Toca releer La pícara Justina.

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