Opinión

Ramón en la memoria

Conocí a Ramón Sampedro en 1996, en su casa de Xuño (Porto do Son). Meses después recibí una llamada avisándome de su muerte. Me alegré. A priori resultaría cruel concebir un pensamiento semejante. Desde que tuve el placer de entrevistarlo, no. Llevaba 25 años postrado en una cama, viendo la vida pasar por una ventana. Su cuerpo, ya amorfo, impactó a aquella joven periodista de 25 años, pero sus ojos azules eran un mar de inteligencia y humor negro, muy negro. Desde entonces, y sin ser consciente en ese momento, me volví una acérrima defensora de la eutanasia. Ramón sabía que su única opción, legalmente, era esperar a la muerte y él decidió ir a su camino. Dos décadas después, Ramón se llama María José.

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