Opinión

Puntualidad, sin o'clock

Hacer cola, ante todo, es un ejercicio de paciencia. Esta semana he tenido tiempo de ponerla en práctica en dos ocasiones en organismos públicos. Un tiempo de espera que aproveché para constatar que las colas son mundo en sí mismo. 

Allí haciendo fila, nos apelotonamos fauna y flora de todo pelaje, edad y condición. Y descubres, para tu desesperación, que tu madre no es la única que llega a las cita con 45 minutos de antelación. ¿Para qué? Con la esperanza de que los atiendan antes, supongo. O como me repiten hasta la saciedad en casa: para que nadie tenga que esperar por ti. 

Eso pone de los nervios a media humanidad, porque la otra llega fuera de hora. El mundo se divide, entre otras múltiples y variopintas clasificaciones, en dos bandos irreconciliables: las personas puntuales y las que no lo son. 
Las primeras tengo comprobado que llegan siempre a la hora por la sencilla razón de que llegan ¡antes! de la hora.

Por el contrario, las segundas se toman su tiempo, y siempre llegan ¡después! Este 'después' abarca un amplio abanico: desde 5 minutos, los 15 de cortesía o, puestos, incluso una hora. 

Yo me acuso a mí misma de estar en proceso de rehabilitación. Lo intento, y casi siempre lo consigo, pero... a veces no. Lo más que llego es en punto, o'clock que dicen los británicos, o como mucho 5 minutos antes. Incluso alguna vez llegué con media hora de antelación, y me tocó esperar. Reconozco que fue una experiencia muy instructiva. Entendí a la perfección ese refrán que dice: "El que espera, desespera". 

La única que me entiende es mi amiga María José. ¿Por qué? ¡Ella llega más tarde que yo! Y llevamos así media vida, por no mencionar nuestros despistes legendarios (pero esa es otra historia).

Por eso viajar con nosotras, un vicio que practicamos cada vez que podemos, no es apto para personas que padezcan del corazón. Literalmente, infartan.