Opinión

Nombres horribilis

ASÍ A bote pronto, Hazia me parece bonito, con un punto exótico, que me recuerda más al árabe que al euskera. No opina lo mismo una jueza de Vitoria que ha impuesto a una niña el nombre de Zia porque el elegido por sus padres en una de sus acepciones significa semen, pero también tiene la de semilla. Lo hace, por supuesto, por el interés del menor.

Una cosa les digo: hay nombres peores que Hazia. Y de largo. Con solo pensar en cómo se llaman (o llamaban) algunos de mis vecinos es para darte un síncope: Eustaquio, Agapito, Eleuterio, Ruperto, Hermenegildo, Melquiades, o Robustiano, eso ellos, que en el lado femenino tampoco se quedaban atrás:  Apolonia, Pascacia, Angustias, Primitiva, Gertrudis, Emerenciana o Adolinda.

Estarán conmigo en que algo hemos avanzado en este asunto, pero antes había una ley no escrita que obligaba a poner los nombres de los abuelos o de los padrinos. Perpetuando así auténticas abominaciones.

Por esa norma yo misma me iba a llamar Manuela, como mi abuela paterna y madrina, pero menos mal que mis queridos progenitores tuvieron a bien rebelarse contra la tradición. Ya sé que ahora, al igual que sucedió con Leonor, tiene muchos fans —desde que Alejandro Sanz le puso ese nombre a su hija— pero en los 70 era un nombre de vieja. 

Digo yo que por el bienestar del menor, alguien tendría que haber intervenido entonces para evitar traumas infantiles y mofas, porque no hay nadie más cruel y sincero que un niño. Y eso sí que no ha cambiado.

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