Opinión

Noches con Graham

Graham es el hombre que me hace reír. Me espera estoicamente todas las noches en casa, sin desesperar por mis insufribles horarios, sin quejarse y con una broma socarrona para aliviar tensiones.

Nos conocimos por casualidad, no sabía nada de él (y él mucho menos de mí), pero llegó un día cualquiera a mi vida. Estaba hastiada y aburrida, indecisa sobre qué rumbo tomar, hasta que este irlandés de humor irreverente consiguió sacarme del letargo existencial. Desde entonces, le he sido fiel. 

Este hombre maravilloso se apellida Norton y tiene un gran poder de convocatoria. No hay nadie que se le resista. La otra noche, sin ir más lejos, llegó acompañado de Eileen Atkins, una actriz con título de ‘dame’ —el equivalente femenino de ‘sir’—.

Lenguaraz, pero sin ser soez, y divertida, consiguió embaucarme con su actitud tan políticamente incorrecta. La abuelita británica contó anécdotas a cada cual más delirante. Una de ellas tuvo de coprotagonista al príncipe Carlos de Inglaterra, quien se interesó por la capacidad de los actores para llorar cuando la escena lo requiere. Atkins, sin ningún rubor, le contó su secreto: "Pienso en mis gatitos crucificados".

Casi me caí de la silla, y Graham, también. Y, entre risas, añadió que el príncipe de Gales la rehuyó el resto de la noche. Fue solo el preludio: evocó, por ejemplo, sus devaneos con Mick Jagger durante el rodaje del videoclip de Child of the Moon en 1968. "We did it" (lo hicimos), dijo picarona. Se desternillaba de risa, ante las miradas perplejas. 

Aún hoy, días después del visionado del programa —en Cosmo, ¡bendito el servicio de Rebobina!— consigue sacarme una sonrisa. Tiene 79 años, y su vitalidad es envidiable. Como su sentido del humor.

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