Opinión

Matrícula con gazapo

"Roci, que matrícula ten o coche?". En sí la pregunta no tendría que tener mayor importancia, simplemente era curiosidad, pensé yo. No capté en aquel momento el intríngulis de la cuestión, pero solo unos segundos después se desveló ante mí lo improbable, por no decir imposible.

Pero esa es mi especialidad. Lo que no le pasa a nadie es bastante probable que a mí sí. Mis despistes son legendarios, al igual que la potra que me suele acompañar en eses momentos de incerteza, que no infortunio. La suerte es vital en la vida de las personas como yo, que tanto nos dejamos los billetes de avión hacia La Habana encima de un mostrador del Duty Free del aeropuerto de Barajas que nos cae la llave del coche en medio de un monte (¡y la encontramos!).

Aquel 9 de agosto de 2005 —me habían dado el coche el día anterior— nada hacía presagiar que iba a presenciar una pifia monumental. De otros, no mía por una vez. Pero estaba muy equivocada.

Mi padre, hombre observador y de números, me lanzó una mirada inquisitorial. Le deletreé la matrícula, y entonces él me miró, la señaló y me espetó: "Esa non é". Al principio no lo entendí, bueno, sí lo hacía, pero mi cerebro se resistía. Pero él se empeñaba en señalarme la matrícula. "¿Qué le pasa?", le contesté yo.

"Pois que a que pon aí non é a que vén nos papeles". Como se lo cuento. Me habían dado el coche en el concesionario con dos de los números intercambiados. ¿Qué probabilidades hay de que suceda algo así? Pocas, nulas, ninguna... Después de mucho batallar y de que mi madre amenazase con llamar a la Guardia Civil para denunciar la infracción, por fin se avinieron a subsanar el error. Estaba a 100 kilómetros del concesionario y pretendían que lo llevase yo hasta allí. La respuesta fue clara: yo no muevo el coche. ¿Se imaginan si tengo un accidente? ¿Me lo cubriría el seguro? ¿De quién es la responsabilidad? ¿Mía o de ellos? ¡Buf!, vaya marrón. 

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