Opinión

Un mar de lágrimas negras

Se llamaban Piola, Indino y Ricolo. No fueron bautizados, evidentemente, con eses nombres. Pero en Espasante, donde nací y crecí rodeada de mar por tres costados, fueron conocidos, y ahora recordados, así, más que por sus nombres y apellidos. 

Son los tres últimos de una trágica lista de vecinos que encontraron la muerte en el mar. Piola en Morás (Xove), en los percebes; Indino salió con su lancha de bajura en el Ortegal y Ricolo fue engullido por el Gran Sol la primera Navidad de los 90. Todos eran demasiado jóvenes, algunos ni llegaban a los 30, todos dejaron viuda y todos tenían hijos, muy pequeños. Demasiado. Algunos ni levantaban un palmo.

Sus vidas quedaron segadas por un golpe de mar, a la vez que sus familias quedaron truncadas para siempre. Los que quedaron sobrevivieron, claro que sí, pero llevan a perpetuidad cicatrices en el alma.

Conozco a sus hijos, algunos más jóvenes que yo, y pienso en los huérfanos del Villa de Pitanxo. Su dolor indescriptible, su infortunio, y su presente, tan negro como la noche en Terranova.

No es la primera tragedia en el mar, y, desgraciadamente, tampoco será la última. Galicia lo sabe  y los marineros, también. En la memoria de los más viejos del lugar está la peor: la galerna del 12 de julio de 1961. Tiñó de luto los pueblos de la costa, desde Hondarribia hasta la Costa da Morte. Fueron decenas los muertos. 

No la viví, pero escuché hablar de ella. Amandina fue la vecina de mi abuela Asunción toda la vida. Ambas, de luto riguroso, con ‘pano’ en la cabeza y solo alivio en el delantal. Ambas eran viudas, y muy jóvenes: mi abuela se quedó sin marido por un cáncer con 33 años y tres hijos; Amandina perdió a su esposo en la Guerra Civil y años después la galerna le arrebató a su hijo Suso. Un drama.

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