Opinión

Harry, el Chivato

SOY ANGLÓFILA a morir. Adoro Londres, a Churchill, el té y hasta a su monarquía, que es con diferencia la más divertida de todas las existentes. A pesar de sus escándalos, y mira que tienen dónde escoger, son un pilar de la sociedad británica.

Quedó demostrado con la muerte de Isabel II, donde hasta los más irredentos antagonistas de la institución le rindieron respeto —que no tiene porque ser pleitesía—. Esa mujer demostró una gran destreza en torear a 16 primeros ministros, incluidos Churchill y Thatcher, pero no consiguió mantener en el redil a sus hijos y nietos, especialmente a Harry, que decidió poner un océano de distancia con la familia real británica y no hace otra cosa que hablar (mal) de ella. Incoherente a más no poder.

Se ha atrevido a romper la omertà real, contar las interioridades de los Windsor, sus peleas y sus rencillas paterno-filiales por culpa de su mujer: actriz, divorciada, mestiza y estadounidense.

Por muy escandaloso y sorprendente que resulte la rajada monumental de Harry tampoco nos vamos a rasgar las vestiduras: Eduardo VII abdicó hace 86 años por amor a su novia, Wallis Simpson, divorciada y estadounidense. Y seguimos en las mismas.

Reconozco mi simpatía por Harry, ese niño que se quedó huérfano de madre con 12 años, se cuestionó que su padre fuese el ahora rey Carlos III —se comenta que su abuela ordenó que le hiciesen un test para demostrar la filiación— y se enamoró de la mujer equivocada después de jugarse el tipo en Afganistán.

Como antes lo hizo en las Malvinas su tío Andrés, ese capullo al que su madre protegió, y al que dio 14 millones de euros para que se librase de un juicio deshonroso por abusos sexuales a menores. Y, ya ven, allí sigue en las fotos familiares, en las misas de Navidad, y seguro que en la coronación de su hermano. Puestos a elegir mejor chivato que delincuente. ¿No creen?

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