Opinión

Empatía volcánica

Nada más despertar, lloré. Fue instintivo ante la desesperación y dolor de una mujer que había perdido su casa en La Palma. Su testimonio era estremecedor, por su presente apocalíptico y su futuro tan negro como la lava que había engullido su hogar. Me puse en su lugar —la empatía es mi cara y mi cruz— y se me arrasaron los ojos. Podría ser esa casa donde están leyendo ahora mismo, rodeados de sus libros, la vajilla de su madre y una televisión que muestra un monstruo a 1.075 grados de temperatura avanzar de forma inexorable, al que nada ni nadie puede frenar. Cumbre Vieja viene a recordarnos que los volcanes no son solo reclamos turísticos. ¡Dios me libre que entre en erupción el Teide!

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