Opinión

Los riesgos de la era atómica

La era atómica, marcada por el uso del armamento nuclear, comenzó con las bombas nucleares lanzadas por el ejército de los EE.UU. sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki. 

Las bombas nucleares que arrasaron ambas ciudades fueron fruto del proyecto de investigación y desarrollo armamentístico denominado Manhattan, llevado a cabo durante la Segunda Guerra Mundial por los EE.UU., Reino Unido y Canadá, liderado por ingenieros del Ejército de los EE.UU. y dirigido por Robert Oppenheimer

La orden del bombardeo atómico partió del entonces recién nombrado presidente de los EE.UU., Harry Truman, que como afirma Matías Bauso no conocía la existencia de tal arma de capacidad de destrucción inédita hasta pocos meses antes cuando, tras la muerte de Franklin Roosevelt, asumió la presidencia del país.

Las ciudades de Hirosima y Nagasaki quedaron reducidas a cenizas y de los 170.000 muertos de forma instantánea en la primera y 70.000 en la segunda, no han quedado ni siquiera los esqueletos calcinados. Todo se redujo a cenizas y solo dos edificios y un árbol quedaron en pie.

Son acontecimientos terribles que el mundo no debe olvidar y menos ahora que el planeta está en crisis, que el decrecimiento y la redistribución de la riqueza se están volviendo ineludibles pero la mayoría de los gobernantes siguen negándose a reconocerlo, que múltiples guerras en diversos países aceleran las penurias; todo ello agravado por los coletazos de la pérdida de poder del imperialismo hegemónico de los EE.UU. y la persistencia en su empeño en montar guerras y crear tensiones de provocación y acoso a Rusia y China. 

A pesar de la existencia de un bloque dominante de países comandado por los EE.UU., principal característica del imperialismo contemporáneo, el diagnóstico del imperialismo actual pasa por evaluar la situación de los EE.UU. porque concentra todas las tensiones.

El retroceso de la economía y la capacidad fabril de los EE.UU. deviene en franco declive frente al sostenido crecimiento de China y el agónico imperio estadounidense se mostró incapaz de contener la reconfiguración de la producción mundial concentrada en la zona asiática, y el ecosistema de innovación y desarrollo creado en China. 

La vieja hegemonía del gigante estadounidense sufre la corrosión interna por las tensiones raciales y la fractura política y cultural que supone el viejo americanismo interior frente a la concepción globalista de otras zonas del país, principalmente las de la costa. Pasto del paro, la desigualdad y la miseria, con continuas manifestaciones de descontento y un alto número de suicidios, la imagen de su aparato estatal e influencia en las finanzas internacionales se debilita y su afán de dominio contrasta con el declive de la producción y comercio del país.

Pese a su influencia y control sobre la Otan y haber supeditado a la UE a sus decisiones políticas y a contar con cierto número de países bajo su influencia, representan una minoría en el contexto global y el poderío que hoy por hoy conserva EE.UU. se asienta en el despliegue militar en el exterior, pero ya no se sustenta en su capacidad económica. Si a esa situación le añadimos el fracaso de su belicismo durante las últimas décadas, (el último en Afganistán), vemos las tensiones propias del imperialismo que, en las actuales circunstancias, para sobrevivir necesita expandirse a otros frentes para sostener la red de contratistas que gestiona el Pentágono y que se nutren de la industria de la guerra, enriqueciéndose con la reconstrucción de los desastres provocados y con el reciclaje del complejo de la industria militar.

Sin las guerras hibridas que provoca y mantiene en diversos puntos del planeta su complejo de industria militar no se sostiene y el imperio americano tampoco. Por esa razón recurre a ‘guerras contra el terrorismo’ para cometer invasiones en otros países, o el fomento de grupos yihaidistas, instigación de movimientos rebeldes contra gobiernos legítimos y asuntos de esa índole que destrozaron por completo distintos países. Valga como ejemplo Somalia, dónde EE.UU. bombardea a los mismos terroristas que creó.

Con tanto afán hegemónico por parte de los EE.UU., un país con armas atómicas en su poder y una ética dudosa a la vista de su historia, puede que no estén equivocados quienes afirman que estamos en puertas de una guerra atómica. Entonces ya no se hablará de la ‘crisis de todo’ porque ya nos habrán llevado al ‘fin de todo’.

La ligereza con la que Liz Truss, Ministra británica de Exteriores y candidata al puesto de Primera Ministra, anima a apretar el botón nuclear y dice estar lista para hacerlo es como para someter a revisión a quienes ostentan el poder.

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