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Separación de bienes

El divorcio entre Martínez y el PSdeG deja un escenario incierto en la Diputación

SE ACABÓ. Parece que en esta ocasión no hay vuelta atrás. Hay quien dice que segundas partes nunca fueron buenas. No es cierto, pero hay que reconocer que en este caso se ha cumplido el dicho. Se ha consumado un nuevo divorcio entre Manuel Martínez y el partido en el que ha militado toda su vida. Le han puesto las maletas en la puerta y dice adiós a la organización en la que ha hecho toda su carrera política. Ahora la separación es definitiva. No hay posibilidad de reconciliación. Todo se ha estropeado demasiado. Se ha perdido el respeto. De un tiempo a esta parte, unos y otros han quemado todos los puentes. Cada uno se queda en su orilla. En medio fluye un río cuya corriente arrastra frustraciones, mentiras, traiciones y toda la mierda que siempre hay detrás de una rotura sentimental. Son los mismos ingredientes que acompañan a los tejemanejes de la política, con el agravante de que en el ejercicio de tan noble actividad se mezclan también ambiciones personales y luchas de poder. Lo mejor de la condición humana girando sin parar en una tritura de ideas que acaba por licuar principios supuestamente sólidos. Como ocurre normalmente en estos casos, no ha sido bonito. Para los que vemos la disputa a través de un cristal, el espectáculo ha sido poco edificante. Seguramente, ha sido mucho peor para los protagonistas de esta comedia romántica sin final feliz. Nada hemos aprendido y, seguramente, nada vamos a aprender de todo este lío. Tampoco sacarán demasiadas lecciones de provecho los responsables de esta situación. A fin de cuentas, todos creen que la razón ampara sus actos.

Los actuales rectores del Partido Socialista en esta provincia consideran "inadmisible" el comportamiento de Martí- nez, que ha roto hasta en dos ocasiones la disciplina de voto y se ha sumado a los diputados del Partido Popular. O ellos se han unido a él. A fin de cuentas, ha sido el instrumento perfecto, consciente o inconscientemente, para dinamitar las opciones de consolidar una mayoría de izquierda en el pleno. En este tipo de maniobras nadie es inocente. Al rival no se le ocurre coger aguja e hilo de sutura si ve gotear la sangre de su contrincante. A la herida abierta se le echa sal. Impide que se cierre y además escuece. Decía el nacionalista Ferreiro que lo más decente cuando uno no está de acuerdo con el grupo al que representa es coger la puerta y "marcharse".

En este caso concreto, abandonar los cálidos aposentos del gobierno provincial en la casa grande de San Marcos para salir en pelotas al frío de marzo. Es lo que hizo Manolo, más o menos. Vive en la montaña y es consciente de lo largo y duro que puede ser en invierno sin resguardo. Se va, o lo echan, pero sale abrigado por su acta de diputado, su cargo como presidente de Suplusa y la promesa de una chimenea encendida en su feudo de Becerreá. Para el portavoz del BNG esa forma de proceder contribuye a reventar el "equilibrio de fuerzas" que ha salido de la decisión inapelable de las urnas. O lo que es lo mismo, da a la derecha la posibilidad de imponerse ante una hipotética pinza entre el BNG y el PSdeG. Un matrimonio de conveniencia que había funcionado sin demasiados sobresaltos en los ocho años previos.

Como sucede cuando se rompe un matrimonio de amigos, no es fácil decantarse por uno u otro miembro de la pareja. Lo que sucede de puertas para dentro solo lo saben ellos. Lo que cuentan es una versión de lo que pasa. Una interpretación de su vida conyugal. Cada uno tiene la suya. Su propia visión de una misma realidad. El alcalde de Becerreá no ha sido muy prudente en sus últimas manifestaciones públicas. Era consciente de que ya estaba al final del camino. Acusó a sus compañeros de «mentir» y de amparar una supuesta privatización de las residencias de la tercera edad, las mismas que Darío Campos le iba a permitir gestionar desde su puesto como vicepresidente. Martínez, que es un gato escaldado, prefirió huir del agua fría. De nada sirvieron las promesas de alivio después de que le retirasen la encomienda de gestión de esas instalaciones a Suplusa. A fin de cuentas, sabía, y así ha sido, que su cese solo dependía de un decreto de Presidencia. Un papelito que su compañero podía firmar en cualquier momento si el díscolo diputado persistía en tirarse al monte.

Seguramente él está mejor sin ellos y ellos sin él. Cuando las relaciones son tan tormentosas, el combustible de la discordia va amontonándose día a día. Al final, cualquier nimiedad puede provocar la chispa que lo hace saltar todo por los aires. Si hablásemos de una pareja convencional, podríamos decir que es más saludable que cada uno siga su camino. El asunto se complica, de todas formas, cuando hay niños. Son los que sufren el fracaso de los mayores.

Las únicas víctimas de este divorcio somos los sufridos administrados. Con el agravante de que también pagamos la minuta. Solo nos queda pedirles cordura. Que el rencor no guíe sus actos. Que respeten a la gente a la que representan. Por lo menos hasta final de mandato. Después ya se encargarán las urnas de aclarar la separación de bienes.

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