Blog | Patio de luces

Deslealtad

Alguna gente está en el mundo porque tiene que haber de todo

ESTOS DÍAS no puedo dejar de pensar que en el mundo hay gente porque, realmente, tiene que haber de todo. Probablemente estaríamos mejor sin algunos individuos, pero nos toca vivir con ellos. Es lo que hay. Esta misma semana conocíamos la sentencia de la Audiencia Provincial de Lugo que condena a tres años de cárcel a lo que algunos llaman «un padre» por quedarse con la pensión de orfandad que recibía su hija, una niña que ahora tiene 12 años de edad, por la muerte prematura de su madre. De acuerdo con la información a la que tuvimos acceso en el transcurso de ese juicio, este individuo reconoció a la niña después del fallecimiento de su progenitora. A lo mejor pensó, no sé, que debía de cobrar una especie de canon por darle su ilustre apellido a la menor. En la vista oral, de hecho, llegó a decir que la puso «a su nombre», como si se tratase de la escritura de propiedad de un piso o de un coche. Como si acabase de comprar un ternero o una vaca, vamos. Algo francamente grosero. Sea como sea, el interfecto le sacó un rendimiento crematístico más que notable a su buena obra. Algo más de 35.000 euros en cinco años. La convirtió en su propio plan de jubilación. Cobraba cada mes 657 euros y le daba solo 180 euros a la abuela de la pequeña, que era y que es la que corre con todos los gastos, porque tiene su custodia. La propia sala aseguró que la conducta del condenado es «singularmente reprobable» y le impuso la pena que solicitaba el ministerio fiscal «en su concreción máxima». Poco me parece, en cualquier caso, para pagar un precio realmente ajustado a semejante comportamiento.

Es uno de esos casos que a uno le dejan muy mal cuerpo. La iniquidad del ser humano no conoce límites. Como si no fuese suficiente con la tragedia que le supuso perder a su madre, a la niña le toca cargar con la penitencia de tener a un cabrón como padre. No es una opinión. Lo dice la propia sentencia de la Audiencia Provincial. El progenitor «pudo haber dejado a su hija sin la posibilidad de tener sufragadas sus necesidades» y solamente para «disfrutar de un dinero que no era suyo». No se puede ser más miserable. O sí. De hecho, el tribunal subraya que en el propio juicio este corazón con patas mostró una «actuación de desprecio y cosificación» hacia su hija. Ignoro si tiene pensado recurrir esta decisión de los magistrados, ni siquiera sé si puede, pero lo más probable es que ahora se pase un tiempo a la sombra. No será mucho, pero a lo mejor es suficiente para que reflexione sobre lo mala persona que ha demostrado ser y lo mezquino que ha sido su comportamiento. También tendrá que devolver el dinero que le sisó a una pobre huérfana, si no se lo ha gastado todo. Seguramente sea lo que más le duele.

Probablemente, no hay peor deslealtad que dejar desamparado a un hijo. Alguien me hablaba precisamente estos días de lealtad. De la importancia que le da a esa cualidad en las personas. El diccionario la define como el sentimiento de respeto y fidelidad a los propios principios morales, a los compromisos establecidos o hacia alguien. Esta semana he comprobado, para mi desolación, que es en todo caso un concepto extremadamente volátil en los tiempos que corren. Sin llegar a casos extremos como el que acaba de censurar la Audiencia Provincial, que roza lo antinatural, puede moverse en una frontera demasiado difusa.

Para que un individuo pueda ser leal a sus propios principios morales, primero tiene que tenerlos, identificarlos y definirlos. No estaría mal, tampoco, que tuvieran cierta consistencia, porque difícilmente podrá respetarlos y guardarles fidelidad si es incapaz de mantenerlos. En cuanto a los compromisos establecidos, decía mi abuelo que la palabra de un hombre -o mujer- tiene que ser como una escritura. Lamentablemente, los tiempos han cambiado. Afortunadamente, hoy en día tenemos una buena nómina de notarios. No digo más. En cuanto a la lealtad hacia las personas, he llegado a la conclusión de que tiene que ser algo recíproco. En ningún caso puede mantenerse si ese sentimiento no fluye en ambas direcciones. No es muy inteligente, y mucho menos práctico, tenerle ley a quien traiciona tu confianza y abusa de tu amistad.

A los adultos nos pueden traicionar o engañar sujetos a los que les guardamos lealtad, para beneficiarse, para salvar su culo de un desastre o, simplemente, porque sí. De todas formas, si somos capaces de verlo, siempre podemos reaccionar. No elegimos a nuestras familias y tampoco a los compañeros de trabajo, pero sí a nuestros amigos y a las personas que queremos tener cerca de nosotros. A los traidores y desleales casi siempre podremos mandarlos a la mierda o regalarles la más fría indiferencia para que la administren a su antojo. Los niños, por desgracia, no tienen esa posibilidad. Son seres dependientes. Necesitan que alguien mire por ellos y les ayude a salir adelante.

Este mundo es demasiado cruel y retorcido. Por desgracia, a algunos la vida se les pone demasiado pronto cuesta arriba. Si para nadie es fácil, mucho más difícil lo tienen aquellos que tienen que convivir con la deslealtad de quienes deberían quererlos y cuidarlos.

Comentarios