Opinión

Cuota de cinismo

LA IMAGEN de un niño de tres años ahogado, tumbado boca abajo y con el rostro medio hundido en la arena de una playa de Turquía, ha zarandeado la conciencia de muchos individuos que, hasta ahora, permanecíamos impasibles ante el drama que está provocando el éxodo de miles de refugiados hacia costas europeas. Personas que huyen a la desesperada de sus países porque prefieren enfrentarse a una muerte probable que resignarse a una muerte segura. Esa fotografía es de las que encoge el corazón. Encierra una violencia latente y una desesperanza que llegan a estremecer. Hace sentir el contacto con su cuerpo inerte. Se percibe en la distancia su desamparo y el frío tacto de la piel sin vida. La cara, que no llegamos a ver, puede ser la de cualquier criatura de su edad. Aylan era muy pequeño. Muy parecido a nuestros propios hijos, a cualquiera de los chiquillos que juegan por las tardes en el Parque.

Lo triste es que su desgraciado destino ha servido para hacer visible, le ha puesto nombre, a la desventura de otros muchos críos que no llegarán a crecer en esa tierra prometida a la que sus familias tratan de arribar a través del Mediterráneo. En lo que llevamos de año, casi tres mil personas han hallado su tumba en un mar de aguas supuestamente tranquilas. En la retina de la vieja Europa aún permanece la imagen de Aylan en una playa de cuyo nombre nadie se acuerda. Ha sido como una bofetada en la cara de los indolentes. Por desgracia, es posible que dentro de algún tiempo también la tragedia de ese pobre niño, de su madre y de su hermano, que corrieron la misma suerte, pase a las brumas del olvido. La memoria y los reflejos de este anciano continente parecen anquilosados. Sólo a base de sobresaltos se agita la respuesta de unos países que se refocilan en sus propios asuntos y observan imperturbables las miserias del resto del mundo.

La llegada de refugiados requiere de planificación y no solo de buena voluntad

La Comisión Europea, muy dada a establecer cupos, realizó esta semana una especie de subasta para asignar a cada estado una cuota de asilados, con multa incluida para aquellos que incumplan sus compromisos. De ese modo, está previsto que lleguen a nuestro país en torno a quince mil de los ciento veinte mil refugiados que se hacinan en Italia, Hungría o Grecia. «Vamos a acoger a todos los que nos correspondan, porque España es solidaria, responsable y tenemos capacidad para ello», dijo nuestra ministra. En Lugo, la Diputación ya ha ofertado sus recursos para tratar de dar acogida a toda esa gente que podría llegar en las próximas semanas, si bien aclara que carece de instalaciones adecuadas. También varios ayuntamientos se ofrecieron para echar una mano, al igual que otros colectivos acostumbrados a tratar con los necesitados.

Habrá que dar respuesta rápida a un problema urgente. Veremos entonces si las palabras de la ministra se corresponden con la realidad o no eran más que una fanfarronada para salir del paso. La llegada de refugiados tiene que estar bien planificada. Se trata de acoger a personas y, en consecuencia, proporcionales unas condiciones de vida dignas. Además, dado que su estancia puede prolongarse por tiempo indefinido, también habrá que poner los medios para favorecer su integración. Para ello, será necesario que las Administraciones y organizaciones implicadas se coordinen adecuadamente. No puede suceder lo que tan acostumbrados estamos a ver, que al cabo de un par de meses, en función de quien gobierna en cada sitio, las instituciones públicas se tiren los trastos a la cabeza y pongan en una situación delicada a las familias recibidas. Sería realmente detestable que alguien usase para hacer política de desgaste a aquellos que buscan amparo.

Por otra parte, es conveniente que no se olvide el problema de fondo. Si la situación no se soluciona en sus países de origen, llegarán más y más refugiados. Europa ya no podrá establecer un cupo por países, como si se tratase de la pesca de la caballa, ni un mercado común de personas. Entonces, ya se habrá agotado la cuota de cinismo.

Igual demuerto está

Dos tertulianos intercambian impresiones en un programa de radio sobre la llegada masiva de refugiados. Uno de ellos afirma que habría que diferenciar entre las personas que escapan de las atrocidades de la guerra y las que se lanzan al mar para huir de la miseria. Se muestra partidario de dar cobijo a los primeros. Su compañero le aclara que el resultado es el mismo. Igual de muerto está el que se muere de hambre que el que fenece pasado por las armas. El apetito del Mediterráneo tampoco distingue. Se traga a unos y a otros por igual.

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