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Un palacio de cristal

Se nos escapa el verano como un puñado de arena entre los dedos. Un gradual irse las horas y lo vivido a lo largo de unas semanas en las que todo es diferente a lo que sucede durante el resto del año. Por estas páginas de verano hemos hecho desfilar diferentes textos que no tenían más pretensiones que las de encerrar un trocito de tiempo, alguna que otra vida y, sobre todo, ofrecerles algunos relatos que el que suscribe considera que merecen la pena. Para el remate les presento este ‘ 'El azar y viceversa' ’ publicado por Destino y escrito por Felipe Benítez Reyes . Una delicia. Así como lo leen, con el encanto de esa palabra que se mueve entre el paladar gustoso y el disfrute por la tarea. Pocos gozos mayores para un lector que el encontrarse una narración de la que uno no se quiere desprender, una historia en la que adentrarse de los pies a la cabeza, hasta el punto de lanzar algún exabrupto solitario ante un giro imprevisto, prueba de la camaradería con el protagonista, de la hilazón surgida tras horas de lectura y de las complicidades planteadas a lo largo de lo leído.

Hablaba anteriormente de vidas encerradas y eso justamente es lo que nos encontramos a lo largo de estas páginas. Toda una vida azarosa y llena de idas y venidas, de un protagonista al que la existencia conduce por diferentes escenarios cronológicos y físicos, de Rota a Sevilla , pasando por Cádiz , pero en los que sobre todo lo más importante es su camaleónica facultad para integrarse y sobrevivir en los diferentes ecosistemas a los que destino y amistades le conducen. No soy nada original si pongo en relación la vida de este hombre con la de un pícaro español, tan presente en nuestra literatura, y es cierto que hay mucho de eso en la recuperación que de esa figura hace el autor. Quizás sea la única forma de sobrevivir para los menos favorecidos en esta España de patio de Monipodio que desde el tardofranquismo, la transición y la democracia ha ido enquistándose a partir de un retrato social de pillos y mercenarios capaz de canonizar, por comparación, a aquel primigenio Lazarillo de Tormes.

A partir de esa recuperación del pícaro, Felipe Benítez Reyes consigue establecer un tono absolutamente cautivador a lo largo del relato, no tanto por lo que se dice o cuenta, sino por cómo se logra contar. ¡Qué lenguaje tan maravilloso! ¡Qué empleo del léxico tan deslumbrante a la vez que evidencia lo mal que otros lo utilizan! Y es que si bien hay muchos puntos del texto en los que uno no puede dejar de sonreír ante las desventuras del protagonista, pese a una penumbra de desasosiego que lo envuelve todo desde la infancia, muchas de esas sonrisas surgen del mismo lenguaje que, en parte, recupera aquella escritura limpia y clara del castellano más clásico, propio de la literatura del Siglo de Oro , y que los siglos y las malas artes de muchos han ido pervirtiendo. Ese cómo es algo importante en la escritura, no solo en la novela, sino también en otras formas narrativas como lo pueda ser la poesía. Arrimo el ascua a mi sardina porque Felipe Benítez Reyes es poeta enorme, lo que le lleva en no pocas ocasiones a poner el dedo sobre los que ripian versos tan alegre como tristemente, ya que suelen ser éstos los que lideran las ventas en una justa imposible de ajustar. Y esto viene a cuento porque por las líneas de estos azares se cuelan algunas cargas de profundidad sobre esa cuestión, del mismo modo que entre los viceversas también hay lugar para hacer de los amores materia de debate con no poca enjundia y enseñanzas.

Se dice que Felipe Benítez Reyes ha tardado diez años en llevar a cabo esta novela, cierto es que por el medio han aflorado firmes poemarios y libros de relatos como ‘ 'Cada cual y lo extraño' ’ que comparte memorias con este relato mayor, con esta novela que escenifica en Rota y desde Rota una mezcla de realidades e ilusiones, de esperanzas que balizan un devenir por los casilleros de una vida entendida como un juego de mesa que la pericia del escritor hace transparente como un palacio de cristal. Dados que se arrojan al aire para ir saltando de casilla en casilla, creciendo, aprendiendo, llorando, sufriendo, riendo, esto es, viviendo. Llega el otoño, que durará, como dice su compadre Joaquín Sabina , lo que tarda en llegar el invierno, empléenlo para leer este libro. Escrito queda.

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