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Oroza en la cocina

 "-Es una ciudad muy culta Pontevedra, siempre me he sentido muy querido. Es un poco la mía. Le dieron mi nombre a un instituto.
-De hostelería
-Fíjate, siendo yo un tipo tan delgado, enjuto. Qué cosa tan curiosa."

[Entrevista Diario de Pontevedra. 23/06/2013. Belén López]

"Se ha muerto Oroza ! -¿El cocinero?". Este podría ser el diálogo entre dos personas que en nuestra ciudad asocien el nombre de Carlos Oroza a la Escuela de Hostelería que lleva su nombre. Sin tener por que saber de poesía, que eso ya sabemos que es cosa de musas, y a veces están y otras no, sería lo más razonable que una escuela de cocina lleve el nombre de un cocinero o un restaurador (así, más finamente) de tronío. Pero no, Carlos Oroza era un poeta. Y de los buenos. Y como todo en su vida estaba repleta de hechos singulares, este no podía dejar de ser otro más.

La Escuela de Hostelería se inaugura en diciembre de 1996, pero en el curso 1997/1998 recibe la denominación de Escuela de Hostelería Carlos Oroza, el porqué de esta designación habría que buscarlo en un miembro del claustro de profesores de dicho centro, Luis García Bobadilla , quien, siendo admirador y amigo del propio Oroza, y acompañante habitual en los múltiples paseos del poeta por la ciudad de Vigo le pareció interesante proponer que un centro de estas características, que debía tender hacia la modernidad culinaria, la vanguardia y la singularidad, podía parangonarse con la figura de este hombre desconocido por muchos y cuya poesía y obra durante esta semana, que precisamente hoy se cumple desde su fallecimiento, no ha dejado de exaltarse.

Entre otras opciones salió elegido ese nombre, convirtiéndose así en un hermoso homenaje, también por lo inusual en este país en el que tendemos a honrar a los muertos por encima de los vivos, esos que a dos metros bajo tierra o con sus cenizas esparcidas por el océano o bajo un carballo es muy complicado que puedan disfrutar de algo que se han ganado a pulso. Y a Oroza, como a tantos otros, le faltaron unos cuantos.

Carlos Oroza se sentía muy honrado por estar representado por este centro de estudios, por lo que tenía de educación de la juventud, a la que él siempre estuvo muy cercano por su carácter rebelde, su poesía fresca y de lenguaje brioso; también por ser unos estudios llenos de creatividad y, finalmente, por estar en la Pontevedra que tanto amaba, en la que hubiera vivido de no ser por un poema antifranquista que le hizo salir por piernas del Teatro Principal , y en la que no era infrecuente verlo recorrer sus calles pausadamente, fijándose en todo y convirtiendo en verso cuanto veía, «componiendo al ritmo de los pasos», como le comentó a Antón Patiño en el transcurso de una charla posterior a la entrega de la Medalla de Oro del Círculo de Bellas Artes de Madrid en 2014. Él, que no necesitaba libreta, que todo lo apuntaba en una memoria prodigiosa para luego ser convertido en declamación absolutamente impactante para el público. Entren en Youtube y busquen por Carlos Oroza alguno de sus recitales y entenderán lo que ha venido a significar este hombre que han vestido de raro cuando no lo era tanto e imagínense lo que podría ser asistir en directo a uno de esos recitales. Dentro de ese orgullo Oroza visitaba con cierta frecuencia la escuela, así, en noviembre de 2013 se acercó a ella por invitación de su nuevo director, Manuel Hermo , acompañado por un buen amigo de ambos, el pintor Antón Pulido , y no dudó en posar para la cámara junto con un grupo de alumnos. También estuvo presente en el I Concurso de Sumilleres que en el año 2014 organizó la escuela y allí estuvo acompañado por su último editor, Javier Romero , quien, desde la Editorial Elvira , transformó una poesía milagrosa en un milagro de libro o libros, ya que ese compendio homérico de toda su poesía que es Évame , tuvo tres ediciones a cada una de ellas más deliciosa.

Poesía deliciosa, poesía magnética, como es la de Oroza, como un buen plato gastronómico, como una buena sensación, y es que poesía y comida son ambas fruto de la experiencia o la experimentación, la vivida y la posteriormente reflejada en un poema o en un plato. No es tan extraño entonces que este centro de cocina tenga un nombre de poeta, que sus alumnos intenten componer ingrediente a ingrediente un poemario gastronómico condicionado por los límites del plato, algo que sí les diferencia del gran Carlos Oroza, incontenible, de verso ancho, de espacio inabarcable, un ser irrepetible ya para siempre identificado con nuestra ciudad.

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