Opinión

Lágrimas y millones

NADIE duda de que las lágrimas de Messi en su despedida del Barça se correspondieran con un sentimiento verdadero, pero cabe la posibilidad de que habría podido ahorrárselas si ese sentimiento lo hubiera sido un poquito más, es decir, más verdadero. Si su afección al club que lo crio hubiera sido lo suficientemente verdadera como para elevarse sobre el albañal dinerario en el que hoza el fútbol de élite, algo más podía haber hecho el ciudadano Lionel Messi para ahorrarse las lágrimas de despedida. Por ejemplo: devolver al club los 78 millones que le pagó en los últimos cuatro años por su fidelidad, con el concepto de Loyalty bonus. Dicha cantidad, al parecer insuficiente para comprar lo que se quería, es, sin embargo, solo una parte de los 555 y pico millones que el Barça pagó al jugador en ese espacio de tiempo, desgajados en un sinfín de diversas y extravagantes variables. Tantas que, al final, se produjo lo que se tenía que producir, una transferencia del capital del club al futbolista, quedando aquel arruinado y éste absolutamente enriquecido.

Así las cosas, si ese sentimiento resuelto en lágrimas de su despedida hubiera sido todo lo verdadero que tenía que ser, el astro argentino no se lo hubiera pensado dos veces y, conmovido por el momento crítico que vive el equipo de sus amores, se habría ofrecido a jugar gratis en el Barcelona hasta el ocaso definitivo y ya no muy lejano de su carrera. El plan que el club y el jugador habían urdido para burlar las normas del límite salarial y del fair play financiero, según el cual el club en bancarrota le seguiría pagando cifras astronómicas pero troceadas para disimular, no podía llegar a buen puerto, sino al naufragio al que ha llegado. La justificación de Messi para su abandono de la nave rota, pretendidamente compatible con sus lágrimas, de que había renunciado al 50% de sus salvajes emolumentos para seguir siendo fiel, deja un penetrante tufo de mezquindad, pues en vez de 140 millones por temporada se conformaba con 70, más de diez mil millones de pesetas. Las lágrimas tienen un valor, pero en este caso más bien un precio.

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