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Si no tiene libros...

CREO QUE fue en julio de 2004 cuando Bob Dylan actuó en el Monte do Gozo y una parte importante de los asistentes comenzamos a gritar que, por simple coherencia, se rebautizase al dichoso monte con un nombre menos festivo y nos devolviesen, por las buenas, el importe de la entrada. Algún fanático irredento les contará que el recital del cantautor de Minnesota resultó ser una auténtica delicia, una función intimista de música celestial que impedía contener las lágrimas de emoción, pero yo lo recuerdo como una concatenación de bostezos y miradas constantes al reloj para asegurarme de que el tiempo seguía corriendo mientras me repetía, una y otra vez, el motivo principal de mi asistencia: "recuerda que solo has venido a follar".

Si usted no ha pasado la última semana encerrado en una cabaña india de sudación o enrolado en un barco atunero de una armadora vasca, algo muy propio en estos tiempos de cultura homeopática y paro estructural, es muy probable que a estas alturas ya se haya enterado de que Bob Dylan ha sido galardonado con el Premio Nobel de Literatura, noticia que ha provocado una tensa polémica entre quienes proclaman que la vida es trabajar, leer libros y comulgar cada domingo frente a los que se bajan la música gratis de Internet, en especial bachata, ballenato y reggaetón. Como representante de los primeros se erigió la periodista Isabel San Sebastián, indignada por semejante atrevimiento y partidaria de premiar a Joaquín Sabina o a Silvio Rodríguez en lugar del americano, lo que provocó una catarata de adhesiones y la renuncia de ambos artistas a gran parte de su propia obra, arrepentidos de haber alimentado al monstruo. Entre los segundos se destacó mi amigo Víctor, al que todos apodamos Coruña, que se preguntaba indignado si no hay escritores suficientes para tener que echar mano de un cantautor, aun reconociendo que él solo se ha leído las biografías de Messi, Romario y Stoichkov.

En realidad, yo soy de la opinión de que cualquier premio se concede con el único objetivo de sembrar la discordia entre el pueblo llano y mantenernos ocuparnos durante un buen rato, una forma de distracción democrática mientras se dirimen otras cuestiones que deberían acaparar toda nuestra atención. Y es que, a ver quién es el guapo que se dedica a seguir la comparecencia de Francisco Correa sobre la trama Gürtel cuando puede pasar la mañana opinando si Dylan se merece el Nobel, Cristiano Ronaldo el Balón de Oro o Susana Díaz el Goya. Algo no marcha bien, o al contrario, algo marcha excelentemente bien cuando los ciudadanos consideramos que tenemos más posibilidades de cambiar el signo de un premio fallado en Suecia con nuestras críticas y alegatos que el rumbo del país. Al final tendrá razón un buen amigo mío que sostiene que la única autoridad que existe en la Academia sueca es él.

Volviendo a Dylan y el Nobel de Literatura, sostengo con ciertos argumentos que el galardón es merecido, al menos hasta que me aburra de defender esta postura y me alinee con los que sostienen lo contrario, algo muy propio de mí. A veces se nos olvida que las letras de las canciones también necesitan de alguien que las escriba, no surgen por esporulación ni por simple intervención divina, como la corrupción. También estoy de acuerdo en que no todos los mensajes encerrados en canciones pueden considerarse literatura y por supuesto no valoro en la misma medida un "the answer, my friend, is blowin' in the wind" que un "tu piel morena sobre la arena, nadas igual que una sirena", aunque muy posiblemente haya bailado más veces la segunda que la primera, con todo lo que ello supone.

Comenzaba este texto contando lo mucho que me aburrí viendo a Bob Dylan en directo, lo que no quiere decir que esté de acuerdo con Isabel San Sebastián. En realidad, más me aburrí viendo a Silvio Rodríguez en compañía de Luis Eduardo Aute en el Parque de Castrelos y tampoco voy diciendo por ahí que habría que fusilarlos a los dos al alba, acribillados con cartuchos de sal sin que las hojas les toquen el cuerpo. Si la literatura solo tuviese como razón última el entretenimiento, la mitad de los autores vivos serían tratados como apestados, la mitad de los muertos serían resucitados para poder apedrearlos a conciencia y Haruki Murakami nunca figuraría en las quinielas previas al Nobel. Si de mí dependiera, la literatura no tendría mayor fin que el mismo por el que me desplacé a Santiago de Compostela, aquella calurosa tarde de 2004, aunque tampoco reniego de los beneficios insustituibles de la lectura y aprovecho para recordar aquella campaña de concienciación del cineasta americano John Waters que decía: "si vas a casa de alguien y no tiene libros, no te lo tires".

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