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Historia de un vividor

NADA ME gusta más que las historias difíciles de documentar, esos relatos que se propagan de boca en boca sin necesidad de acreditar protagonistas o escenarios, apenas sostenidas por la pericia de un buen narrador. Son las historias que me contaba Gino cuando venía al bar con todo el día por delante para darle a la sinhueso, marinero con escamas en la piel y varias vidas a la espalda, siempre dispuesto a compartir sus peripecias con cualquiera que se molestase en escuchar. Mientras removía el café o encendía un cigarrillo, entre gestos de escasa importancia, se arrancaba con algún viejo cuento de la mili, o de sus largas campañas en alta mar, incluso con algún chisme o anécdota de carácter íntimo y familiar que le obligaban a mirar a un lado y a otro para comprobar que ninguno de sus hijos escuchaba. Así me enteré de cómo desertó del ejército a lomos de una motocicleta robada, de cómo atravesó media España perseguido por un batallón entero del ejército republicano y de su enorme sorpresa cuando llegó a Campelo y descubrió que, a la moto en cuestión, le faltaba la rueda trasera.

La historia de Juan Torena pertenece a ese tiempo en el que para llamar la atención no necesitabas gritar más que los demás y bastaba con compartir lo que recolectabas. Su periplo arranca en Filipinas, allá por 1898, donde su padre acumuló una gran fortuna gracias a la explotación de varias minas y enormes latifundios dedicados al cultivo de arroz, maíz y cocos. El nefasto resultado de la guerra con los Estados Unidos aconsejaba abandonar la isla así que la familia Garchitorena se instaló en Barcelona, por entonces un destino ideal para diversificar y disfrutar de las rentas acumuladas. Los nuevos negocios de la familia prosperan y el hijo de Juan decide probar suerte en el fútbol, animado por un primo suyo que se ha convertido en la rutilante estrella del Fútbol Club Barcelona: Paulino Alcántara. Garchi, que es como lo llaman sus amigos, demuestra condiciones pero su adaptación al equipo no resulta sencilla puesto que el recién llegado es visto como un niño rico, casi una afrenta en aquel fútbol practicado y consumido por las clases más desfavorecidas.
Retrato de Juan Torena
De él se dice que renegaba del juego cuando se encontraba con un campo embarrado, presumido hasta el extremo y temeroso de ensuciarse la ropa, e incluso se cuenta cómo en cierta ocasión dejó escapar un gol cantado por su negativa a rematar de cabeza y despeinarse. Tras cuatro años de barro, polémicas federativas por su doble nacionalidad y críticas malintencionadas, Garchi decide abandonar la práctica del fútbol para dedicarse a otros menesteres todavía por decidir. En 1921 regresa a Filipinas con intención de gestionar los intereses familiares en la antigua colonia y se instala en Manila, rodeado de lujos y sin ningún tipo de remordimientos para dilapidar ingentes cantidades de dinero en los placeres más mundanos a su disposición. Tras año y medio de intensa vida social decide regresar a Barcelona pero con una escala de varias semanas en San Francisco.

En California conoce al muralista Moya del Pino y al escultor Moré de la Torre, embajadores artísticos del rey Alfonso XIII en los Estados Unidos. Ellos necesitan un intérprete pues, con la bendición del mismísimo Duque de Alba, han iniciado el asalto a las grandes fortunas de Hollywood, ávidas por entonces de gasto y arte español. En poco tiempo se afianzan como asiduos a las fiestas organizadas por las estrellas de cine del momento, en las que el atractivo físico de Garchitorena lo convierte en objeto de deseo para quienes frecuentan ese tipo de saraos con diversos apetitos por satisfacer. El matrimonio de moda en la ciudad, compuesto por Douglas Fairbanks y Mary Pickford, la estrella del cine mudo a la que todo el mundo conoce como la novia de América, se convierte en su principal valedor y desde el primer día le insinúan la posibilidad de explotar su exótica belleza frente a las cámaras mientras lo presentan con las mejores referencias a ilustres invitados como Charles Chaplin, Scott Fitzgerald, Dashiell Hammett o Amelia Earhart.

Garchi afronta con escaso convencimiento su primera prueba pero el resultado no puede ser mejor. Consigue el papel y pronto decide instalarse definitivamente en Los Ángeles. Los estudios de Hollywood acostumbran a aprovechar los decorados de las grandes superproducciones para filmar copias destinadas al mercado latinoamericano, interpretadas por actores y actrices de rasgos hispanos que, al parecer, resultan más creíbles y cercanos al consumidor medio de esos países. Juan Garchitorena es rebautizado como Juan Torena y a lo largo de su carrera acumulará más de 40 películas entre las que destacan Sucedió en la Habana y El hombre malo. La revista Variety lo corona como el nuevo latin lover de Hollywood y sus continuos escarceos amorosos llenan páginas de la crónica en rosa: Helene Costello, Myrna Loy, Loretta Young, Barbara Stanwyck, Maureen O'Hara... Algunos de los supuestos romances llegan a confirmarse, otros simplemente se le presuponen, pero unos y otros no hacen más que agigantar su leyenda bajo las sábanas. En medio de un rodaje, aburrido del oficio, revela a su gran amigo Tyrone Power la firme intención de abandonar la industria y le confiesa su amor por una candidata a actriz de nombre Natalie Moorhead. Recién divorciada, e hija de un poderoso industrial de Pittsburgh, la joven no tarda mucho tiempo en caer rendida en los brazos del galán y abandonar cualquier aspiración en el mundo del cine.

La pareja se da el sí quiero a los pocos meses de conocerse, se compran una casa en la exclusiva zona de El Montecito y comienzan una luna de miel que se prolongará hasta el fin de sus días. Sin hijos, ataduras, ni ningún tipo de estrecheces económicas, se dedican a viajar por medio mundo y disfrutar los excesos nocturnos de Los Ángeles. En uno de esos viajes regresa a Barcelona y, preguntado por su antigua carrera como futbolista, contesta Garchi que el deporte no le interesa en absoluto, algo parecido a lo que me sucede a mí con la total veracidad de su historia: la del futbolista que jugó en el Barça y terminó rindiendo Hollywood a sus pies sin proponérselo, la leyenda del vividor Juan Torena.

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